Veo este libro en la estantería de novedades y pienso: coño, una novela picaresca. Echo un vistazo a la contracubierta y compro ese preciado objeto a merced de una curiosidad creciente y de una emoción que siempre me invade al encontrarme con este valioso y lamentablemente escaso género narrativo. Mientras que la mayoría se apelotonan en los centros comerciales para comparse el último hi-phone (ni siquiera sé si se escribe así, ni pienso molestarme en averiguarlo) y ser controlados por el sistema, yo vuelvo a casa más feliz que una alondra con mi novela picaresca bajo el brazo, el mejor regalo de Navidad junto con un dinosaurio enorme marca schleich que me regaló mi suegra y que ya está vigilando la librería más importante de mi casa; a ver si tenéis cojones de acercaros a mis libros sagrados, chavales. Bueno, pues puedo decir que Wilkie Collins, prólifico autor inglés del siglo XIX, ha sido mi gran compañero durante estas Navidades relatándome la historia de su bribón Frank, primo hermano anglosajón del Buscón de Quevedo. Se trata de una novela picaresca al uso, quizá un pelín lenta al principio, pero que te acaba enganchando hasta el esperado y liberatorio desenlace final.
Frank Softly, hijo de una familia noble y moralista, abandona pronto el hogar familiar y la carrera impuesta de Medicina para dedicarse por completo a la universidad de la vida y a la picaresca. Se dedicará al arte de la caricatura y de la sátira al más puro estilo Quevedo, hasta enamorarse de una joven doncella llamada Alicia, hija del doctor Dulcifer, hombre de dudosa reputación. Tras investigar al doctor y descubrir que se dedica a falsificar monedas, Frank es pillado in fragranti hurgando en su casa y el doctor lo obliga a trabajar para él, comprometiéndolo ante la justicia. Tras una redada policial en la que los miembros de la banda consiguen huir por los pelos, Frank se pone a buscar a su amada Alicia (enviada a Gales por el doctor para que quedase alejada del joven) y consigue dar con ella. Cuando por fin los dos se reúnen y se casan, la justicia da finalmente con Frank, quien es llevado a prisión. Pero, como nos dice el autor, aunque parezca una paradoja, casi estoy por afirmar que la sociedad en general manifiesta siempre una gran indulgencia hacia un bribón (pág. 177), y Frank se salva de la pena capital y solo es condenado a catorce años de deportación a Australia, entonces colonia británica. Alicia se va con él, y así termina su vida de bribón y empieza su existencia de hombre serio y respetable. Sabemos que Frank presta servicio a una respetable señora (que no es otra que Alicia con un nombre falso), y así puede cumplir la pena en compañía de su amada y reunir una discreta fortuna con la compraventa de terrenos. Después ya no sabemos nada más de él, pues teniendo a la vista el título de LA VIDA DE UN BRIBÓN, ¿cómo se podría esperar, ahora que soy rico, casado, y que gozo de una excelente reputación, que comunique ulteriores detalles autobiográficos a lectores inteligentes y sensatos? He dejado de ser una persona interesante, soy un hombre respetable, como ustedes, y por lo tanto ya es tiempo de decir: Adiós (pág. 185).
Una apuesta fiable para pasar un rato agradable con buena literatura a cambio del módico precio de seis euros.