La semana pasada acudí a la presentación del libro Polvo en el neón, de Carlos Castán, autor que me sonaba de oído y del que todavía no había leído nada. Participaban en el acto Dominique Leyva, autor de las maravillosas fotografías que acompañan la narración, y Lorenzo Silva, Premio Planeta 2012 (un día también compraré libros de Planeta, lo prometo. Tal vez cuando disponga de más dinero para gastar y no me perturbe tanto la mediocridad que nos despachan como si fuera buena literatura). Si os soy sincero, últimamente me cuesta bastante acudir a eventos literarios, más aún si en ellos hay editores o periodistas o escritores con el ego por las nubes. Me aterroriza la idea de tener que intercambiar frases de circunstancia con algún payaso que te habla del mundo editorial como si guardara en el bolsillo la fórmula de la eterna juventud. Se creen todos muy listos y SIEMPRE necesitan hablarte de ELLOS. SIEMPRE. Algunos incluso se toman la molestia de darte consejos sin conocerte de nada, sin haber leído un carajo de lo que haces. Te hablan de cosas COOL y van de GUAYS y hablan de RECURSOS LITERARIOS y al final te das cuenta de que más que genios son unos pobres diablos que no tienen dónde caerse muertos. Como decía, cada vez me da más miedo ir a presentaciones y correr el riesgo innecesario de verme con uno de esos tipejos. No sé qué coño me pasa últimamente. Estoy asustado, eso es. Asustado de ese gran mecanismo desvencijado que es la existencia, asustado ante la falta total de esperanza del mundo actual, asustado de las alimañas que corretean sueltas por ahí, listas para tenderte una emboscada. El otro día hablé con mi mujer acerca de la posibilidad de suicidarme cuando cumpla treinta años, es decir dentro de unos meses. Estoy cansado y necesito irme a un sitio donde las cosas por fin tengan sentido. El otro barrio me parecía el mejor El Dorado que uno pueda encontrar en este momento, pero luego fui a la susodicha presentación y algo se desbloqueó dentro de mí. En primer lugar, conocí a Carlos Castán y a Dominique Leyva, dos personas estupendas, humildes y muy respetuosas. También intercambié opiniones con Óscar Sipán, editor de Tropo y escritor brillante. Después me leí la novela El polvo en el neón, y entonces decidí aplazar lo del suicidio al menos hasta el año que viene. Lorenzo Silva, durante su amena presentación, dijo que Carlos es actualmente el mejor escritor español vivo en circulación. No sé si es el mejor, y detesto poner etiquetas de este tipo porque para ello hay que conocerlos a todos y cada uno, pero sin duda es uno de los mejores que haya leído, de esos que se cuentan con los dedos de una mano. La novela, cuyo título me remitió inevitablemente a Pregúntale al polvo de John Fante (es absolutamente inconcebible que un editor o alguien que se dedique a la criba de manuscritos no tenga esta lectura), es una historia breve de poco más de sesenta páginas donde se reúne todo el significado del amor, el desamor y la soledad del ser humano. Todo. Las palabras escogidas son perfectas, el ritmo es majestuoso y los protagonistas representan a todos los seres humanos que habitan ese planeta llamado Tierra. La historia transcurre en la mítica Rute 66: Quinn está al volante y a su lado está Jessica, su amante. Se trata de una de sus escapadas extramatrimoniales en algún motel de carretera, mientras la mujer de él, Sally, está en casa esperándolo. El coche es el verdadero elemento aglutinante de la narración y de hecho es ahí donde los dos amantes tuvieron su primer encuentro, con la calefacción a tope, a salvo de un mundo gélido que llenaba de escarcha los cristales de las ventanillas (pág.: 21). Conceptos como el amor y la soledad también desempeñan un papel fundamental:
A veces las cosas son así de sencillas, lo dicen las revistas: nos abandonamos, nos vamos dejando sin darnos cuenta, dejamos de decir las palabras mágicas apartando el pelo que tapaba la orejita y en su lugar nos echamos pedos sin el menor disimulo y mantenemos durante horas el canal de deportes (pág.: 41).
Parecían claras las cosas al principio, buscar moteles sucios, arrancarse la ropa, decirse las palabras que despiertan al monstruo (pág.: 49).
El amor siempre requiere poner sobre la mesa la idea de futuro. Y al deseo lo pudre tan pronto como puede, y pide a cambio flores, masajes en la espalda, reclama paseos con las manos unidas por calles y vergeles, y toda esa confusión de proyectos, facturas y violines (pág.: 53. SOBERBIA).
Jessica hizo todo el camino de vuelta con la cabeza apoyada en la ventanilla del autobús. Le apareció que anochecía más rápidamente que otras veces como si el día tuviese prisa por morir. Decidió no dejarse llevar, apretar los dientes y pensar en todo lo que ella valía, en peleas de hombres por conseguir su compañía a la puerta de un bar (pág.: 63).
Y, finalmente:
A Quinn le parece que esa duda es ya en sí misma el amor porque, sobre todo a partir de cierta edad, el amor tiene naturaleza de pregunta... A la edad de Sally, a la de él mismo, el amor es un simple no saber, tener de repente miedo a un tren que se va y las horas que vendrán tras su partida, una oscuridad al llegar a casa que se mete en los huesos como niebla. Dudar ya es amar (pág.: 73).
Polvo en el neón es ante todo una historia sencilla, pero está narrada de manera impecable y consigue transmitirnos en pocas páginas inquietudes que llevan siglos atosigando a la humanidad. Son libros que nos hacen reflexionar y que de alguna manera nos marcan para siempre. Dijo Carlos que lo escribió por encargo. Bueno, Hemingway también escribió El viejo y el mar por encargo en 1952 para la revista Life, y resulta que le granjeó el Pulitzer al año siguiente y el Nobel en 1954. Espero de corazón que Carlos siga esa senda. Cuando terminé la lectura, me sentí un poco más feliz y también un poco más afortunado. Afortunado de tener a mi lado a una mujer que me quiere, con la que solo nos llevamos veintiún años de diferencia, pero a la que espero entregar mi vida hasta que todo se convierta en polvo y solo quede la luz tenue de algún neón. Eso sí: si el mundo sigue tan agresivo y la sociedad continúa asustándome con su fábrica de monstruos, me veré obligado a atrincherarme en una colina de Montjuïc con mi mujer durante un tiempo indefinido, pero no os quepa la menor duda de que me llevaré, aparte de la ametralladora, claro, este maravilloso libro del señor Castán. Pasaremos sus páginas mientras decidimos a quién abatir primero. Es, sin lugar a duda, el mejor regalo que le podéis hacer a alguien en este momento.