Si alguien tiene alguna duda acerca de la fragilidad de la existencia humana y de cómo ciertas decisiones puedan barrer una vida entera en pocos instantes, por favor que se haga con esta trepidante novela. 188 páginas (el número perfecto para un libro, igual que tres minutos y medio para una canción) que no te dejan respirar ni un solo momento y te llevan a toda velocidad por un trineo enloquecido que baja disparado hacia el infierno. Es una novela que se lee de un tirón, bien escrita y con un sinfín de giros inesperados que mantienen el suspense durante toda la narración. La historia, como suele pasar con todas las grandes obras, es bastante sencilla: John Grant, profesor en un sórdido pueblo de la Australia profunda, está listo para disfrutar de las merecidas vacaciones de verano tras un año escolar demoledor en un puto pueblo de mierda olvidado por el resto del mundo. Se prepara para el viaje a Sidney, donde por fin podrá tumbarse a la bartola en la playa y zambullirse en el mar, pero a su paso por Bundanyabba (el nombre evoca todo menos cosas bonitas) unas cuantas cervezas de más y unas decisiones equivocadas desencadenan una serie de acontecimientos nefastos que convertirán las vacaciones del profesor en una búsqueda agónica, en un viaje desesperado por un túnel oscuro y sin salida que no presagia ningún final feliz. Algunos pasajes:
Pero lo más fantástico era que no había habido ninguna necesidad en todo lo que había sucedido. Más bien parecía que él mismo se hubiese propuesto destruirse a propósito. Y una vez desencadenados los acontecimientos, una cosa había llevado a la otra (pág.: 169).
Entonces se dijo, casi en voz alta: ahora comienzo a ver con mayor claridad la ingenuidad que puede hacer que un hombre se convierta en una persona ruin o en otra grandiosa bajo idénticas circunstancias (pág.: 187).
Hay historias que se te quedan dentro, que escavan en el interior de tu alma y se depositan para siempre en el subconsciente, y esta es sin duda una de ellas. Os enganchará y disfrutaréis de este libro como de un chapuzón en el mar en el mes de agosto cuando hace cuarenta grados a la sombra. Pero tened en cuenta un posible inconveniente: os costará bastante conciliar el sueño por la noche. Chicos, al fin y al cabo todo lo bueno tiene su precio.