jueves, 21 de junio de 2012

LA MÚSICA DEL AZAR, de Paul Auster


No soy un fan de Paul Auster, lo reconozco. Me leí un par de libros suyos hace unos años y me parecieron sosos, desaliñados. Siempre lo he visto como el Vila-Matas norteamericano (incluso por su parecido físico), un escritor sobrevalorado que hace literatura supuestamente inteligente para agudizar la adormilada mente del lector moderno. Todo muy cool, todo muy metaliterario, hermoso por fuera y vacío por dentro. Pensaba que si lo ponías al lado de gente como Harry Crews, Donald Ray Pollock, Dan Fante o John Williams quedaba claro que al pobre Paul eso de hacer buena literatura le venía muy grande. Lo intentaba con ahínco, pero le faltaba madera. Luego resulta que leo La música del azar (reeditada hace poco por Anagrama) y me quedo asombrado. Para empezar, me como con papas mis ideas prefabricadas y me quito el sombrero ante esta novela soberbia narrada al puro estilo americano. Al principio se tiene la sensación de estar leyendo un remake de En el camino, pero la narración va mucho más allá y supera en grandeza a la conocida obra de Kerouac. Jim Nashe lo deja absolutamente todo tras cobrar una herencia de varios miles de dólares y se lanza a la aventura por la inmensa carretera de la vida. Sin rumbo, sin destino, sin lógica. Ebrio de libertad en su Saab rojo, se despierta del sueño cuando sus fondos empiezan a escasear, y entonces el azar pone en su camino al joven Jack Pozzi, jugador profesional de póker con grandes planes en la cabeza. La idea es la siguiente: ir a la mansión de un par de excéntricos millonarios, viejos conocidos de Jack, y desplumarlos en una partida de póker. La cuota de participación es de diez mil dólares y Nashe accede a poner el dinero (todo lo que le queda) a cambio de repartir el supuesto bótin final en partes iguales. Pero las cosas no salen como previsto y la situación se precipita, adquiriendo por momentos incluso tintes kafkianos. Trepidante, bien escrita y marcada por un estilo directo y llevadero, La música del azar es una pieza literaria de inestimable valor, un fresco realista con un fondo gótico y unos personajes sempiternos. El final, que lógicamente no quiero desvelar, es la guinda en el pastel que cierra la sinfonía. Novela altamente recomendable, incluso a jugadores profesionales de póker.