Publicado hace casi cincuenta años, Un mundo feliz es sin duda una de las grandes obras maestras del siglo XX. Todavía no consigo entender cómo demonios haya podido Huxley hacer un vaticinio tan certero de un hipotético mundo futuro. ¿Tarot, brujería, bola de cristal? Necesito que alguien me lo explique, porque la verdad es que lo ha bordado. Un mundo feliz no solo es una metáfora sombría sobre el futuro, sino que es, sin más dilación, un claro reflejo de este presente esperpéntico que nos atenaza. En el mundo de Huxley, el consumo y la comodidad son los principales pilares de una sociedad estable y feliz, una sociedad en la que todo el mundo tiene lo que necesita y no aspira a nada más, una sociedad donde los habitantes son procreados in vitro, igual que en una cadena de montaje, y no existen los padres ni los hijos ni la vejez ni las enfermedades ni los tullidos ni los olvidados de Dios ni el propio Dios ni el hambre ni la pasión ni la desesperación ni los suicidios ni los asesinatos ni las violaciones de menores ni los amores que matan ni las relaciones tóxicas ni las putas ni el porno online ni los trastornados/tarados ni los yonkis de la plaza ni por supuesto los perturbados que se hacen explotar como hijos de puta en nombre de Allá, ni Allá, lógico, ni el matrimonio ni la adopción ni el parto ni la literatura ni las estúpidas religiones ni nada, joder. Puedes follar con quien quieras y cuando quieras porque todo el JODIDO MUNDO pertenece a todo el mundo, de ahí que haya desaparecido hasta el trabajo más antiguo en la historia de la humanidad. Los embriones son creados en laboratorio, y para que la sociedad sea estable y equilibrada se necesitan, cómo no, diferentes tipos de castas, y así tenemos a los Alfas y los Betas, programados para llevar el control del mundo y ocupar posiciones importantes dentro de la sociedad, y luego a los Gamas, Deltas y Epsilon, los esclavos al servicio de los primeros. La pregunta surge automática: ¿estos últimos tres son felices? La respuesta está cantada: por supuesto que sí, ya que no son conscientes de su situación y al final del día reciben su ración diaria de soma, la droga milagrosa que te pone en contacto directo con el infinito y la paz interior, algo que va mucho más allá de las milongas estrafalarias que nos venden hoy en día sobre superación personal y Gestalt y PNL y árboles familiares de los cojones. Nada de eso, amigos: ellos tienen sus tabletas de soma y van que chutan. Sin embargo, parece que la inquietud crece entre algunos Alfas, y cuando entran en contacto con una reducida comunidad de indios y se traen a John, denominado Mr. Salvaje por ser de la vieja escuela, a la Londres feliz, el conflicto está servido y la reflexión de Huxley trasciende, si cabe, más allá de lo universal, alcanzando una profundidad digna de un genio. Ahora vais a decir: bueno, ¿en que coño se parece un mundo feliz al nuestro? Respuesta: en mucho. ¿Acaso no son cada vez más las parejas que congelan sus óvulos, que acuden a clínicas de fertilidad para programar el parto de su hijo y de paso moldearlo a su imagen y semejanza? ¿No hay personas, por ejemplo en España, que se desloman por mil euros al mes porque les han inculcado el mantra de que la cosa está muy mal y que eso es lo que toca? ¿No las hay? ¿No hay acaso un montón de Alfas y Betas que viven de putísima madre, controlan el mundo y tienen todo lo que quieren? Bueno, vais a decir, pero es que no existe el soma, ahí está el quid de la cuestión. Y una mierda. Claro que existe el soma: se llama deuda y consumo. Cualquier Delta o Gama de nuestro mundo (alias el mileurista pobre) puede ir a una sucursal bancaria y pedir 200.000 euros para comprarse un piso que va a pagar durante cuarenta años, o 10.000 para el coche o la moto o el ordenador o el viaje a Las Maldivas. Podemos tener todo lo que queremos, y la única diferencia con el mundo de Huxley es que todavía no estamos suficientemente condicionados y programados para aceptarlo todo sin rechistar; todavía tenemos la queja en nuestro ADN, pero falta poco para el triunfo de la civilización y whatsapp, redes sociales y compañía son, en el ínterin, unas buenas alternativas al soma. En palabras del propio autor, en un futuro no demasiado lejano viviremos en un mundo sin ninguna necesidad de soportar nada que sea desagradable. La literatura será un triste recuerdo (ya lo es, de hecho) y no existirá el pensamiento libre. Eso sí: tendremos crédito ilimitado, y eso teñirá de rojo el gris aplastante de nuestras existencias sin sentido. Salid de casa ahora mismo cagando leches, empujad a niños y ancianos si hace falta, pero id a la primera librería en busca de este libro antes de que nos convirtamos todos en unos alelados hijos de puta demasiado felices y nos dejemos la esencia del ser humano por el camino. Vale todo, incluso robarlo. Obra maestra absoluta.