domingo, 22 de febrero de 2015

ROBINSON CRUSOE, de DANIEL DEFOE



Hace dos meses que no publico ni una sola reseña. Nada. Ni un puto libro en dos meses. ¿He leído menos? Puede ser. ¿He leído cosas buenas? Rotundamente, no. Me he topado más bien con engendros monstruosos a los que un marketing disparatado se ha encargado de darles un bombo que ni de lejos merecen. Eso sí: me he tragado un sinfín de listas con los mejores libros de 2014, y uno tiene la sensación de que hay alguien, allí arriba o donde sea a tomar por culo, que simplemente se entretiene tomándonos el pelo. Así de claro. Obras sin alma, sin historia, sin arte y, lo que es peor, sin pizca de emociones. Lo que lleva a un supuesto escritor a dedicarle tanto tiempo a semejantes abortos y, más grave todavía, a un editor insensato a publicarlo es un misterio tan insondable para mí que ya he perdido toda esperanza. ¿Y qué es lo que pasa? Muy sencillo: que ya nos hemos cansado de gastarnos cerca de veinte euracos para llevarnos a casa un libro que no vale ni dos, por eso las ventas han caído en picado. Los grandes grupos nos habéis engatusado un tiempo con vuestra publicidad aberrante, nos habéis dado gato por liebre bastante rato, pero ahora la basura de vuestros amiguetes apesta incluso antes de salir de imprenta. Coméosla con patatas y de paso aliñadla con el ego de esos genios de las letras que se creen los reyes del mambo y que en realidad no son más que unos pobres diablos esclavizados por el maravilloso universo de los favores. Todo muy bonito. De modo que uno ya empieza a visitar librerías de segunda mano y se refugia bien en los clásicos bien en los libros ilustrados. El que os traigo hoy a colación es el mítico Robinson Crusoe, una novela que a muchos os debe de sonar y que está basada en hechos reales, ya que en 1705 un marinero escocés llamado Selkirk fue realmente abandonado en la isla de Juan Fernández, cerca de la costa chilena, y allí permaneció cuatro años hasta ser recogido por otro barco que pasaba por ahí. El protagonista de la historia, en cambio, afirma llegar a la isla en 1659 y se queda allí más de veintiocho años en completa soledad, de modo que Defoe ha claramente novelizado el argumento. Este libro, el más vendido de la historia solo después de la Biblia y por delante del Quijote, se devora en un par de días y es inevitable meterse en la piel del desesperado náufrago que necesita tirar de ingenio como sea para sobrevivir en un mundo hostil. La narración avanza de manera cronológica, como si de un diario se tratase, y rebosa de preciosas moralejas atemporales que no nos vendría mal tener en cuenta incluso en nuestros días. Cuando por ejemplo rescata a uno de los prisioneros que iba a ser devorado por los caníbales, al que luego bautizará Viernes, el mensaje que transmite el autor es clarísimo: los hombres en general son buenos, pero la sociedad los corrompe y los hace malos. Sabias palabras, pues aunque Viernes también fuera un caníbal, se acostumbra enseguida a las nuevas costumbres que le inculca Robinson y se convierte en su hombre de confianza y en una fantástica persona. Quién te oyera hoy en día, amigo Defoe. Por el camino nos encontramos con auténticas perlas, como las que os pongo a continuación:

La experiencia y la naturaleza me enseñaron que las cosas solamente son apetecibles en la medida que podemos disfrutar de ellas, y solo las disfrutamos cuando las utilizamos, cualquiera que sea la cantidad que hayamos reunido (pág. 129).

El miedo que siente el hombre por el peligro invisible es diez mil veces más aterrador que el peligro mismo cuando lo tenemos a la vista. En ese caso la ansiedad nos atenaza con mucha más fuerza que la causa que la produce (pág. 153).

Creo firmemente que nadie debe despreciar los impulsos secretos y las alarmas de peligro que nacen en nuestro interior, incluso cuando creemos que estamos más seguros. Nadie podrá negar la existencia de tales advertencias que siempre nos previenen de algún peligro y por qué no hemos de pensar que provienen de algo que se preocupa por nosotros, bien sea supremo, inferior o subordinado, y que pretende ayudarnos (pág. 233).

En época de vacas flacas y escritos indecentes, esto es de lo mejorcito que os podéis llevar a la cama antes de acostaros. Buenas noches.