martes, 31 de diciembre de 2013

BRAVO, BURRO! de JOHN FANTE



Última reseña del año dedicada al más grande de todos los tiempos: el maestro John Fante. Es lo que se llama cerrar a lo grande, aunque en este caso tal vez sería mejor decir cerrar con un grande. Hacía años que buscaba este libro, sin duda la obra menos conocida del maestro, y durante mis vacaciones navideñas en Italia di con él por casualidad en una librería de Finale, Liguria (versión italiana). Pese a ser un libro supuestamente juvenil y de fácil lectura, cuyo parecido con Platero y yo de Juan Ramón Jiménez es a ratos palpable, el sello fantiano es inconfundible e incluso en este caso el autor ha logrado emocionarme y sacarme un par de lágrimas al final. Se trata de cien páginas rebosantes de emociones donde se narra la historia del niño Manuel y de su entrañable burrito, apodado El Valiente por su coraje y valentía ante el peligro. Ambientada en un México atemporal y de ensueño, la trama se centra en la recuperación, tras el incendio que propició su fuga, de un toro maravilloso llamado Montaña Negra, verdadero orgullo de don Francisco, el propietario de una hacienda que da trabajo a más de cincuenta familias, entre ellas la de Manuel y su padre Juan Cabriz, torero de capa caída que ahora se dedica a empinar el codo y a meterse en problemas. Con la ayuda del burrito, Manuel llegará hasta el toro y conseguirá traerlo de vuelta a la hacienda entre los vítores de todos, aunque resultará fundamental la intervención del padre en última instancia para evitar un percance que hubiese podido ocasionar daños mayores. Como ocurre a menudo en las obras de Fante, la relación padre-hijo suple de trasfondo y sienta los cimientos de toda la narración, y sus palabras son dardos que no podemos esquivar y que siempre acaban clavándose en nuestro corazón. Algunos párrafos:

La fede è molte cose. È l'affidarsi a Dio, o la fiducia in un nostro simile, o il fidarsi ciascuno dell'altro. Credere nell'impossibile: questo è la fede. La fede può muovere montagne (pág. 90).

Non aveva mai voluto essere un grande matador, uno che viveva soltanto di domenica. Un uomo aveva bisogno di essere coraggioso soltanto per quello che contava davvero nella vita. Soltanto allora poteva mostrare il suo coraggio. Il bisogno doveva essere più grande della paura, e adesso si domandava cosa fosse importante nella sua vita. C'era forse qualcosa, in quei suoi trentadue anni spezzati e disordinati, per cui valesse la pena battersi e morire? La risposta venne chiara e inequivoca: suo figlio Manuel (pág. 102).

La fe mueve montañas, claro que sí, y nuestros hijos son los arcos por donde tensaremos esas flechas cargadas de esperanza disparadas al futuro. Espero impaciente la publicación en España de esta obra maestra huérfana de editor. Feliz 2014 a todos.


domingo, 24 de noviembre de 2013

QUISIERA TENER LA VOZ DE LEONARD COHEN PARA PERDIRTE QUE TE MARCHARAS, de ÓSCAR SIPÁN



La primera consideración que podemos hacer sobre este libro, así a bote pronto, es la siguiente: Óscar Sipán ha conseguido uno de los títulos más largos de la historia de la Literatura, sin por ello perder fuerza ni gancho. Más bien al revés. Es un título que te agarra por el cuello y te arrastra al maravilloso universo de la narrativa sipaniana. Ya sé que no existe este término, pero hoy me he levantado con ganas de lucir nuevas palabras, ya que las habituales están muy gastadas y parece ser que han perdido lustre. A partir de ahora, sipaniano hará referencia a todo lo relacionado con este autor, a quien en su momento moteé "el Raymond Carver español". Y vaya si se merece el apodo. Una vez más, y como ya apreciamos en Concesiones al demonio, la prosa de Óscar se sitúa por encima de la media y demuestra ser tremendamente efectiva. Las palabras están escogidas con esmero, las sentencias son demoledoras y las metáforas, que abundan, rezuman genialidad. Nos hemos dado cuenta de que el autor es un gran observador de la vida humana, un tipo que prefiere escuchar antes de hablar, mirar antes de actuar, y esa actitud frente a la vida se ve plasmada en los diecisiete relatos que componen este libro. Son historias de gente normal (la famosa intrahistoria de la que hablaba Unamuno), de amores imposibles, de relaciones destartaladas y sobre todo de esa angustia que nos corroe por dentro cada día que pasa, alimentando sin pausa ese infierno personal que ha de acompañarnos hasta la tumba. El listón de los relatos es muy alto, pero hay algunos que destacan particularmente y se elevan a la esfera de pequeñas obras maestras, como es el caso de El talento de las moscas, donde una mujer narra en primera persona la extraña aventura amorosa que vivió con Antoine de Saint-Exupéry, autor de El principito, quien cayó en su jardín con el paracaídas durante la Segunda Guerra Mundial y se quedó un tiempo en su casa. Antoine se convierte en el sol de su vida, como apreciamos en este magistral párrafo:

Me siento despierta, viva, llena de ilusiones, mojada de él, segregando ternura. La ternura es la suma de todas las decepciones sentimentales dividida por la esperanza. La esperanza es un barco a punto de zarpar. La esperanza es un paracaídas. Por Antoine entregaría a Cristo a los judíos. Sin remordimientos. Sin contar las monedas. Con la conciencia tranquila (pág. 14).

También me han impactado los relatos Rompeolas, donde se narra una curiosa historia de amor, Escupir sobre París, un fresco perfecto del mundo moderno, y Cuarenta días de niebla, una pieza sensacional sobre una difícil relación de pareja. Más frases sipanianas:

Prefiero imaginar que cuando provienes de un hospicio y has visto el futuro escrito con tinta invisible, el dinero es el único lugar donde blanquear el pasado (pág. 48, Rompeolas).

La adolescencia es un fusil cargado y sin seguro en manos de un enfermo de Parkinson (pág. 63, Escupir sobre París).

La memoria es un corcho en el que vamos clavando caras y penas, labios de carmín y amores imposibles (pág. 70, La jaula de Faraday).

Dicho esto, quiero exponeros una teoría y proponeros un reto. Desde hace unos años estoy muy metido en el análisis de las neuronas espejo. No soy neurocientífico, pero es algo que me interesa mucho y me gusta documentarme sobre el tema. Estas neuronas, descubiertas en 1994 en Parma, son las responsables, entre otras cosas, de le empatía, de la elasticidad del cerebro y de la imitación. Dicho esto, el reto es el siguiente. Hay una página web llamada www.iqtest.dk que sirve para medir nuestro coeficiente intelectual y nuestra elasticidad mental, y es completamente fiable y segura. No os pedirán dinero ni que enviéis mensajes a ningún móvil de los cojones, así que tranquilos. Bien, la prueba consiste en lo siguiente: el primer día realizáis el test, que dura unos veinte minutos, y memorizáis el resultado. El segundo día veis durante una hora algún programa televisivo estúpido donde los tertulianos griten mucho, hablen de cotilleo o discutan sobre si el Balón de Oro es para Messi o Cristiano Ronaldo. Paso seguido realizáis el test y apuntáis el resultado. El tercer día leéis el libro de Óscar y después repetís la misma operación. Resultado final en un 90% de los casos: en el segundo test habréis perdido unos puntos respecto a la primera prueba y en el tercero habréis ganado algunos. Moraleja: hay cosas que influyen enormemente en nuestro cerebro, y tal vez escuchar la cálida voz de Leonard Cohen a través de los textos de Óscar podría ayudarnos a dar un buen salto evolutivo y a contemplar desde la grada el curioso espectáculo de los monos que se golpean la cabeza con el Balón de Oro. 
Gran acierto de la Editorial Base y fichaje del año. Por cierto, y hablando de fichajes, os tengo que dejar porque empieza Tiki Taka y no me lo puedo perder. Comprad este libro; vuestras neuronas espejo os estarán muy agradecidas.


martes, 15 de octubre de 2013

LA CHICA DE NUEVA INGLATERRA, de SHERWOOD ANDERSON



Apuesto ahora mismo cien euracos a que, si entrevistáramos a cincuenta editores y a otros cincuenta agentes literarios al azar en España (excluyendo por supuesto a los que lo publican), no serían más de diez los que hayan leído a Sherwood Anderson, el mejor cuentista de todos los tiempos y el padre de la narrativa norteamericana moderna. En otras palabras, menos del 10% de los encuestados. El 90% van a poner cara de sorpresa o se van a creer que es un artista contemporáneo que todavía no ha dado el gran salto, por eso no han oído hablar de él, claro. En más de una ocasión he quedado con editores que se jactaban de llevar más de veinte años en el mundillo. Oye, ¿qué te parece Dostoievski? ¿Y Hubert Selby jr? ¿Has leído a Sherwood Anderson? ¿Y a Mateo Alemán? ¿Sabes quién es Herman Hesse? Y Thomas Mann? Oye, ¿te suena de algo el nombre de Luigi Pirandello y de John Fante? ¿Y Bukowski, Carver, Camus, Hemingway, Céline? Podría seguir hasta el infinito, y no sabéis la de sorpresas que uno se puede llevar al mencionar a estos autores en presencia de un editor. Los agentes literarios mejor ni te cuento. Te dirán que han leído a algunos y que a la mayoría los tienen pendientes de lectura en casa. Ya... Y yo me pregunto: "¿Esta es la gente que se encarga de darnos a conocer la buena literatura? ¿Qué clase de criba pueden hacer si no tienen una base sólida de lecturas ni poseen un criterio claro avalado por las mismas? ¿Quiénes son estos patanes disfrazados de ávidos lectores? Recuerdo que un día le mencioné los susodichos autores a una editora que conozco. Me contestó: "No me suenan, pero me gusta mucho Mercé Rodoreda, autora de La plaça del Diamant, ¿la conoces?" A uno le entran ganas de arrancarse el pelo y ponerlo en el cenicero de la mesa. Estás despedido/a de la editorial. ¡Pero si tengo quince años de experiencia! Por eso mismo estás despedido/a: llevas aquí un montón de tiempo y no tienes ni puta idea. Vete a vender enciclopedias, coño. Toma, este libro se titula La chica de Nueva Inglaterra y su autor es Sherwood Anderson. Está incluido en tu finiquito. Sí, ya sé que no te suena de nada. Puedes leerlo mientras vas de puerta en puerta con el evangelio pregonando la palabra de Jesús. Son cuentos que hablan de la vida y de la soledad del mundo, del destino del hombre arraigado en la tierra y de esa sensación de vacío que todos hemos tenido alguna vez en la vida, esa sensación de que vayamos única y exclusivamente detrás de un montón de nada. Ya sé que te cuesta entenderlo, por eso ya no hay sitio para ti en la editorial. Demasiado tiempo has ocupado este puesto sin merecerlo. Venga, te voy a leer un par de párrafos. Página 30, relato Semillas:

"La vida de la gente son como los árboles de un bosque que poco a poco van siendo estrangulados por enredaderas, y que finalmente mueren asfixiados. Las enredaderas son a su vez viejas creencias, antiguos pensamientos plantados por hombres muertos. Yo mismo estoy cubierto por enredaderas que me están devorando poco a poco".

Ya lo sé: tienes la sensación de que no hay intriga, de que no pasa absolutamente nada en seis líneas, por eso estás despedido/a. No tienes ni puta idea. No puedes continuar aquí. Página 36, seguimos con Semillas:

Lo que realmente necesitaba era que alguien la amara, que alguien la amara con paciencia y ternura. Era un ser grotesco, no lo voy a negar, pero todos los habitantes de este planeta somos, al fin y al cabo, grotescos. Todos necesitamos que alguien nos ame. Lo que podría haberla curado podría curarnos también a todos nosotros. Su enfermedad es universal. Todos queremos que alguien nos ame, pero no es fácil encontrar un amante en este mundo".

Ya lo sé: no hace una descripción pormenorizada de los rasgos físicos del personaje tal y como te han enseñado en el taller de escritura creativa del barrio, por eso mismo estás despedido/a. Te falta poso, y eso no se consigue en dos días ni con una clase de escritura impartida por primos. Sí, para el finiquito tienes que firmar justo aquí abajo. Página 51, relato El huevo (obra maestra absoluta):

Es verdad que cuando empiezan a dar sus primeros pasos los pollitos parecen despiertos y hasta lúcidos, pero al final sacan a relucir su espantosa estupidez. Es asombroso y hasta desconcertante ver lo mucho que se parecen a las personas.

Ya lo sé: no entiendes bien la frase y te parece una comparación de mal gusto, por eso mismo estás despedido/a. Estoy seguro de que  te vas a forrar vendiendo la palabra de Jesús y las enciclopedias sobre dinosaurios, pero olvídate de este sitio.

Y sí, ya sé lo que estás pensando: que tengo la olla ida. Desde luego que sí, y seguro también que soy un tipo jodidamente grotesco, pero te prometo que te acordarás de mis palabras el día en que te pongas a leer un libro de Sherwood Anderson y la magia se apodere de tu mente. Tendrás la sensación de estar sentado/a frente al fuego de una chimenea en pleno invierno. A tu lado revolotearán los protagonistas de una américa profunda y atávica y te abrigarán del frío susurrándote al oído sus historias olvidadas. Cuando leas el relato La trampilla, seguro que la soledad del mundo abandonará tu cálido hogar y se quedará mirándote desde la ventana con el cuerpo recubierto de nieve. Un diez para Nórdica Libros. Me tenéis ganado.


domingo, 1 de septiembre de 2013

CONDENADA, de CHUCK PALAHNIUK



Si tenéis ganas de descojonaros a lo bestia mientras tomáis el sol en la playa o escucháis música tirados en el sofá, y de paso reflexionar un poco sobre los absurdos derroteros que está tomando el mundo, entonces este es vuestro libro. Hay páginas en las que uno apenas puede avanzar y se desternilla vivo con el humor ácido de Palahniuk. De todas sus novelas que se han publicado en España, esta es sin duda la más lograda, pues el autor aprueba con nota su gran asignatura pendiente hasta la fecha: la trama. Las anteriores obras made in Palahniuk solían distinguirse por su originalidad y por empezar muy fuerte: frases demoledoras, sarcasmo, estilo muy ágil y escritura de alto nivel. Pero conforme ibas avanzando con la lectura te dabas cuenta de que al autor se le iba progresivamente la olla y la historia de base quedaba diluida en un espeso matorral de soliloquios, subhistorias, diálogos algo traídos por los pelos y un final anunciado. Después de la mitad del libro, el lector tenía la sensación de arrastrarse hasta el final de una forma que rozaba la agonía. ¿Cuántas páginas me faltan para acabar? A excepción de Asfixia y por supuesto de Condenada, en todas la otras novelas me surgió esa dichosa pregunta, y eso no suele ser buena señal.
En esta novela, en cambio, Palahniuk da el gran salto cualitativo que estaba esperando y por fin consigue que el engranaje narrativo funcione a la perfección, excepto quizá en algunos capítulos en los que vuelven los viejos vicios, pero que no afectan para nada la historia. Uno de los grandes problemas de los autores que aspiran a ser demasiado originales (válgame como ejemplo, una vez más, el sobrevalorado grupo Nocilla) es que muchas veces ni ellos mismos saben qué cojones quieren contar y el resultado final suele ser un producto superficial y pasado de rosca. En otras palabras: un bodrio.
Condenada supera los pronósticos y demuestra ser una novela sólida y extremadamente divertida. Es un auténtico goce ver cómo se le va la castaña al autor al tiempo que nos dejamos llevar por una historia bien armada donde se nos cuentan las peripecias de Madison Spencer, una niña de trece años hija de una estrella de cine narcisista y de un multimillonario. Mientras sus padres se dedican a adoptar huerfanitos por el mundo para subir su popularidad ante las cámaras, Madison muere por una sobredosis y se despierta en el Infierno, donde capitaneará un variopinto grupo de pecadores hasta la mismísima morada de Satanás. La misión se presenta complicada y tendrán que derrotar a varios demonios y cruzar caminos tan baldíos como el Valle de los Pañales Desechables Usados, el Gran Océano de Esperma Desperdiciado (que no para de subir desde que se inventó internet) y el Pantano de los Abortos de Fetos ya Desarrollados (me parto la caja). El final es un guiño, voluntario o no, a Niebla de Unamuno, y es el primero de Palanhiuk que por fin consigue sorprender gratamente al lector. Algunos fragmentos:

Si queréis saber mi opinión, la mayoría de la gente se pone a tener hijos cuando se le empieza a agotar el entusiasmo por la vida. Los hijos nos permiten revisar la emoción que antes nos producía, bueno... todo. Y al cabo de una generación son los nietos quienes nos vuelven a subir el entusiasmo. Reproducirse es una especie de inyección de moral para que sigamos amando la vida (pág. 107).

Una vez que estás muerto y en el Infierno, tus opciones son, o bien hacer algo trivial pero hacerlo de manera muy solemne, por ejemplo investigación de mercado sobre el uso de los clips para sujetar papeles. O bien se puede hacer algo muy serio de una manera muy trivial, como por ejemplo poner cara de aburrido y de que todo te da igual mientras cagas en un plato de cristal y te lo comes con una cucharadilla de plata: la caca, quiero decir, no el plato (pág.: 111).

Por supuesto, mi padre quería introducir el concepto de disciplina y el de responsabilidades en la vida de Goran, pero a un chaval que sin duda había sido atormentado por medio de electrochoque y tortura del agua y con inyecciones intravenosas de líquido limpiador de tuberías, no lo iban a acobardar fácilmente la amenaza de unos azotes y una hora de castigo encerrado en la habitación (pág. 123).

Podría seguir hasta el infinito con frases como estas, pero sería mejor que os comprarais esta maravillosa novela y la disfrutarais por vuestra cuenta para olvidar todos los malos rollos que os afligen. Es una panacea perfecta, os lo aseguro.



jueves, 15 de agosto de 2013

SIN NOTICIAS DE GURB, de EDUARDO MENDOZA


Soy plenamente consciente de que no voy a decir absolutamente nada nuevo que ya no hayan dicho los cientos de periodistas, lectores, críticos o blogueros acerca de esta sorprendente novela; pese a ello, me he animado a reseñarla por el impacto (inesperado) que me ha causado. Conocía a Eduardo Mendoza por ser un escritor mediático y haber ganado, entre otras cosas, el Premio Planeta en 2010 con la novela Riña de gatos. Me urge subrayar que desde que Boris Izaguirre fue finalista en la edición de 2007, dejé de interesarme por ese certamen y por los galardonados. Una cosa es vendernos literatura comercial y otra bien distinta es tratar de endilgarnos comida para perros. Estudios recientes han demostrado que ya lo hace McDonald's, así que con uno tenemos suficiente. Mucha gente me había hablado de este libro, de lo divertido y original que era, pero por razones diversas nunca me había animado. Además, solía confundir a Eduardo Mendoza con Albert Espinosa (tal vez por algunas asonancias en los apellidos), lo cual ha ido en claro detrimento del primero. Sin noticias de Gurb es una novela estupenda, bien escrita, directa, con un humor corrosivo y un lenguaje muy fresco. No hay nada más difícil en literatura que hacer reír al lector, resultar gracioso sin caer en lo grosero o lo banal, y Eduardo demuestra ser un maestro absoluto que acciona la risa de la gente a su antojo. La trama es bastante sencilla: dos extraterrestres de inteligencia superior aterrizan en la Tierra y empiezan su periplo. Uno de ellos, Gurb, adopta la forma de Marta Sánchez para pasar desapercibido (primer despropósito), mientras que el otro, el verdadero protagonista de la novela, va cambiando de aspecto cada dos por tres y trata de formar parte del género humano construyéndose una vida "normal". El libro entero es un auténtico descojono y casi no hay ningún párrafo que no resulte divertido. Pero el humor de Mendoza es inteligente, de ahí su grandeza. Detrás de esa visión irónica del protagonista se aprecia una gran profundidad de contenidos y de temas existenciales propios de todo ser humano, como pueden ser la planificación de nuestras vidas, los proyectos amorosos, las dudas existenciales o las derrotas del día a día. Hasta un extraterrestre de inteligencia superior (nos dice que es intelecto puro, por eso tiene que adoptar la forma de alguien) se hace la picha un lío con los mecanismos enredados de nuestro mundo, así que ¡imaginaos los humanos! Aquí un par de fragmentos:

He parado a un peatón que parecía poseer un nivel de mansedumbre alto y le he preguntado dónde podría encontrar a una persona extraviada. Me ha preguntado qué edad tenía esa persona. Al contestarle que seis mil quinientos trece años, me ha sugerido que la buscara en El Corte Inglés (pág.: 23).

No hay en todo el universo chapuza más grande ni trasto peor hecho que el ser humano. Solo las orejas, pegadas al cráneo de cualquier modo, ya bastarían para descalificarlo. Los pies son ridículos; las tripas, asquerosas. Todas las calaveras tienen una cara de risa que no viene a cuento. De todo ello los seres humanos solo son culpables hasta cierto punto. La verdad es que tuvieron mala suerte con la evolución (pág.: 103).

Un libro para todo tipo de público, un diamante sin pulir de uno de los grandes de este país. Ídolo.


miércoles, 31 de julio de 2013

INERCIA GRIS, de DAVID ALIAGA

Acabo de volver de un stage intensivo de Yoseikan Budo en Francia y tengo el cuerpo tan hecho polvo que a duras penas puedo pensar. Pero me acabo de leer Inercia gris, de David Aliaga (Editorial Base, 2013), y voy a sacar fuerzas de flaqueza para escribir esta reseña.Vamos a ver, David tiene tan solo 24 años y parece ser que ya ha publicado varias cosas, lo cual avala su precocidad, pero también su talento. Apenas hemos intercambiado unas palabras en ocasión de la presentación de la Revista Quimera en Il Magazzino italiano hace unas semanas, pero me dio la sensación de ser un tipo honesto, tranquilo y con el ego bajo control y no por las nubes (algo jodidamente complicado de encontrar hoy en día). Su libro es una colección de trece relatos (mi número de la suerte) que se lee en poco más de una hora. La lectura es amena y fluida y delata una madurez estilística que desde luego yo no poseía a su edad. Ya desde la primera historia, El pez muerto, quizá una de las más logradas del conjunto, queda patente cuáles son las influencias del autor y los modelos que sigue: Raimond Carver (La catedral, Anagrama) y John Cheever (Fall River, Tropo Ediciones), entre otros. Como ya nos adelanta David Vidal Castell en el prólogo, el autor nos ofrece unos pedazos de iceberg a la deriva en los que solo vemos una octava parte de lo que pasa, aunque lo que realmente atrapa al lector es esa sensación de inercia (gris, claro) que envuelve cada uno de los personajes con su telaraña gigante y que nos hace reflexionar sobre el sinfín de vidas amorfas y oxidadas que ocupan ese enorme tablero llamado existencia. El paisaje de fondo de estas historias es América, pero en realidad podría ser el Baix Llobregat, o alguna región de Italia, o Francia, o un barrio de Londres, o Japón. Como dijo el gran Sinlcair Lewis en su obra maestra Calle Mayor: "La ciudad se llama en nuestra historia Gopher Prairie, en el Estado de Minnesota; pero su calle Mayor es la continuación de las calles mayores de todas las ciudades". Lo mismo ocurre con los relatos de David, y esa inercia gris no es más que un mal del mundo que podemos encontrar en cualquier lugar, incluso sin necesidad de salir de casa. A destacar sobre todo los relatos El pez muerto y Sin trabajo. En el primero, Frank sale a pescar caballas tras recibir una llamada de su exmujer. Una vez en el barco, se acuerda de un cuadro de Picasso en el que aparecen marido y mujer; él mira el suelo mientras que la mujer dirige su mirada suplicante al espectador. Leemos:

"Se le ocurre que si ese par de pobres casados pudiesen cobrar vida y un día un tipo sensible hubiese visitado el museo, le hubiese tendido la mano a la muchacha y ella habría salido del marco para marcharse abrazada al estudiante de Historia del Arte y el marido se hubiese quedado mirando el suelo, y ya no sería Pareja de pobres, sino El hombre pobre. O sería mejor que lo llamasen El pobre hombre, ya que, aunque seguiría teniendo frío y hambre, no tendría esposa que tuviera compasión de él" (pág. 17).

En el otro relato Rober es un carpintero que se queda sin trabajo y que de repente nota cómo su mujer Catherine se va distanciando hasta el día en que decide marcharse de casa. Dice:

"No puedo quedarme aquí viendo cómo nos convertimos en un montón de chatarra oxidada" (pág.: 63).

Se tiene la sensación de que en estos relatos no pasa nada, pero en realidad ocurren muchas más cosas de lo que pensamos. Es como si chocáramos contra un iceberg en medio del mar glacial y su punta horadara la presa de nuestra imaginación. Hay varios autores en España que se han decantado por el relato breve, pero así como muchos han sido sobrevalorados (entre ellos sin duda Matías Candeira), por suerte tenemos voces interesantes que pronto nos sorprenderán gratamente con una novela redonda. ¿Será David uno de ellos?  
Lectura refrescante para alejar momentáneamente este maldito calor africano y el sopor que trae consigo. Recomiendo poner como canción de fondo durante la lectura Desperado, de Los Eagles, y darle al repeat. Buenas sensaciones epidérmicas.



sábado, 20 de julio de 2013

FAUBOURG, de GEORGES SIMENON


Aviso a navegantes sin rumbo, o mejor dicho chivatazo veraniego a editores desnortados. El otro día, en el aeropuerto de Milán, di con esta novela del gran Georges Simenon recién publicada por Adelphi y la leí durante el vuelo que me devolvió a Barcelona. Se trata sin duda de uno de los mejores libros del prolífico escritor belga, al menos de los que he podido leer (recuerdo que se ha sacado de la manga la friolera de 220 obras y ha vendido más de 500 millones de libros). 136 páginas escritas magistralmente y con un giro final digno de un maestro. La historia es sencilla, como suele ocurrir con las grandes novelas: René De Ritter, cuarentón que ha viajado por el mundo haciendo uso de picaresca y apañándose con trabajos humildes, vuelve a su pueblo en compañía de Léa, una mujer que conoció en un burdel, con la intención de hacerse rico a costa de sus paisanos catetos, por ejemplo vendiendo una esmerarla a un precio desorbitado u orquestando fraudes de poca monta con la complicidad de su compañera. Pero las cosas no salen como esperado, y René se ve arrastrado por ese torbellino de recuerdos y amarguras que lo hicieron huir cuando tenía dieciocho años. ¿Por qué demonios ha vuelto a su pueblo natal después de tanto tiempo? ¿Tal vez para contar sus aventuras por el mundo a esos pobres paletos y ganarse su respeto? ¿Y si Léa tuviera razón cuando le dice que no es más que un aficionado? ¿Por qué se empecina tanto en quedarse en ese pueblo de mala muerte? Aquí va un breve fragmento:

"È l'occasione buona per andarcene..."
Ma lui non aveva nessuna voglia di partire. Gli era piombata addosso una specie di stanchezza. Era partito troppe volte nella sua vita. Non aveva fatto altro che partire. Ora, anche se pieno di rabbia, provava il bisogno di girovagare per quelle strade, di riconoscere i muri, i profili, le insegne dei negozi e perfino di sentir dire: "È morto per una bronchite". Quanti relitti! Quanti divorzi! E nuovi matrimoni! E gente che aveva cambiato mestiere, senza motivo (pág.: 61).

Novela maravillosa, ideal para todos aquellos que en algún momento de su vida sintieron la necesidad de sacudirse la inercia gris de su pueblo y salieron en busca de aventuras y de un futuro mejor. ¿Alguien se anima a publicarla en España? Apuesta segura.



viernes, 12 de julio de 2013

DOCTOR SAX, de JACK KEROUAC



No soy un gran admirador de Kerouac ni de la Generación beat pese a que le guardo mucho respeto, debo reconocerlo. Siempre he tenido la sensación de que se le ha otorgado más valor del que realmente tiene, más calidad de la que rezuman sus autores. Pero bueno, la vida está repleta de situaciones como esa, de infravaloraciones y sobrevaloraciones que acaban minando el equilibrio de la balanza de la existencia. ¿Queréis un ejemplo ad hoc? Pues coged a cualquier libro de Vila-matas o Javier Cercas o José María Guelbenzu y después leed Morir y vivir en Lavapiés (Ediciones Escalera, 2012) de José Ángel Barrueco (lo releí por segunda vez la semana pasada y es una bomba). Los primeros gozan de un gran reconocimiento a nivel mundial (los felicito desde aquí y me alegro mucho), mientras que el segundo se mueve por el underground literario madrileño y lo más probable es que pocos lo conozcan más allá de su blog y menos aún fuera de España. Sin embargo, ninguna de las obras de estos supuestos grandes autores alcanza el nivel del libro de Barrueco, ni siquiera de lejos. Se trata de ser objetivos y honestos, pese a que para gustos hay colores. Si no me creéis, haced el experimento y luego hablamos. ¿Qué significa esto? En realidad no mucho, simplemente que la balanza de la que hablamos antes está algo jodida. Tal vez sea un problema de pilas, quién sabe. Pues bueno, esa siempre ha sido la sensación que he tenido tras leer autores de la Generación beat. Buenos libros, pero NO obras maestras. El único que tal vez se eleva por encima del montón es On the road (El el camino) de Kerouac, una novela muy interesante sobre América, que de todos modos sigue sin conquistar el alma de este servidor, cualidad indispensable en toda obra maestra. Pese a ello, me animé con Doctor Sax (Ediciones Escalera, 2013) y me llevé una grata sorpresa. Se trata de una novela semiautobiográfica sobre la infancia de Jack Duluoz (claro alter ego del autor) en Lowell, Massachussets. Marcada por el inconfundible estilo de escritura automática que catapultó a Kerouac al Olimpo de la Fama, la novela narra la historia de un chico que crece en un sórdido pueblo industrial de la América profunda, rodeado de visiones góticas que adquieren un significado simbólico y literario de gran relieve. El doctor Sax es el hombre misterioso que domina la imaginación de Jack, la sombra maléfica que lo acecha desde la oscuridad, un Fausto de nuestros días que forcejea entre el Bien y el Mal, tratando de derrotar la Serpiente del Mundo (¿el Diablo?) que habita en el Castillo. Las metáforas y los guiños a la literatura gótica y al mito fáustico son constantes a lo largo del libro, y demuestran ese gran talento narrativo de Kerouac que no acababa de ver del todo en On the road. Muy interesantes sobre todo los capítulos finales, cuando el chico por fin se decide a acercarse al Doctor Sax y vive con él extrañas experiencias oníricas, como sobrevolar Lowell, crear una pócima mágica para acabar con la Serpiente y eludir así la condena eterna o tener una visión panóramica del Mundo (véase Doctor Fausto de Mann o Melville y El diablo cojuelo de Vélez de Guevara). Aquí van un par de fragmentos:

"Ríes con tu carita alelada, juegas en las calles, no conoces la diferencia, incluso mi padre llevaba años advirtiéndomelo, todo se reduce a un tortuoso asunto con un nombre atractivo, es lo que llamamos VIVIR, o más bien PREGONAR... Cómo se desgastan las paredes de la vida, cómo se colapsan nuestras vigas maestras, nuestros tendones" (pág.: 91).

"Toda tu América, dice Sax, es como una densa colmena balzaciana a punto de caramelo. Y de pronto, allí mismo, sin ninguna razón aparente, enfurece, como si fuera a explotar o incubara un eructo, como un toro a punto de vomitar un barril de sangre, ja ja je je ja, y eructa, je je ja ja, ahí se acerca de nuevo, por el otro lado, tiemblo de pies a cabeza, salto para esquivar la guadaña de su risa. Luego veo su mirada lasciva que se oculta, y vuelve a reír. Esta noche la Serpiente será aniquilada...
Míralos, dice Sax, mira tus campos, tu oscuridad, tu noche. Esta noche meteremos a todos los gusanos en la olla de la destrucción" (pág.: 223).

Esto ya es harina de otro costal. Bravo, Jack. Lectura de verano altamente recomendable para evadirse de la estancada y aburrida realidad que amenaza con tragarse el mundo. Felicidades a los editores de Escalera por la labor realizada en estos años: mejor publicar poco y bien que sacar basura hedionda a espuertas y colapsar el mercado y vendernos bicis sin sillín. Tomen nota muchos editores.


lunes, 3 de junio de 2013

TODO VA BIEN, de SOCRATES ADAMS



Me enteré de la existencia de este libro gracias al blog Escritos en el viento de mi buen amigo José Ángel Barrueco, quien, además de ser un excelente escritor, es uno de los mejores lectores que conozco y solo recomienda material de calidad, bien sean pelis o libros. De no haber sido por él, quién sabe cuándo hubiera leído esta preciosidad. Bueno, vamos a ver, imaginaos que sois escritores y habéis terminado una novela y esa novela se llama Todo va bien. Decidís mandarla, con toda la ilusión de este mundo, a la mayoría de editoriales y agentes literarios de este país a la espera de que alguien la publique o la represente de cara a su futura publicación. Dejando a un lado las posibles sorpresas (siempre las hay), os adelanto lo que van a contestar la mayoría de agentes y editores que se tomen la molestia de escribiros: "Bueno, no he entendido muy bien la historia... Es un libro absurdo... Hay pocos personajes y no tiene sentido que uno de ellos sea un bebé-tubo... Le falta intriga... Ahora lo que se lleva es la novela negra; ¿tienes algo de novela negra?... El estilo es muy simple... No sé si este libro es muy comercial... Quizá deberías ir a un taller de escritura..." Vamos a dejarlo antes de que me ahogue en mis propios vómitos. Digo esto porque tengo cada vez más la sensación de que la mayoría de personas que trabajan en el mundillo editorial (he dicho la mayoría, no todas) no tienen la más remota idea de lo que hacen y todo ese asunto de la literatura les viene enormemente grande. ¿Falta de lecturas? ¿Limitaciones mentales? ¿Lobotomización? ¿Problemas educativos? ¿Problemas emocionales? Ya no sé qué pensar, pero el caso es que estoy muy preocupado. La demostración de esto estriba en que uno se esperaría que esta maravillosa novela de Socrates Adams, escritor inglés revelación (al menos para mi gusto), saliera en alguna editorial de renombre como Anagrama, Random House o Planeta, y sin embargo la vemos publicada por Pálido Fuego, una pequeña editorial independiente de Málaga con las ideas muy claras y buen criterio literario. ¿No debería ser un deber de las editoriales poderosas hacernos llegar los mejores productos del mercado en lugar de los bodrios sobre vampiros y fin del mundo y novela negra? Estamos hasta los mismísimos cojones de novelas negra, así que dejad de atosigarnos tanto, joder. Por ello, felicito a los editores de Pálido Fuego por este descubrimiento y por mantener encendida una llama de esperanza, o mejor dicho un pálido fuego, en la literatura contemporánea. Ahora vamos a hablar del libro. Verán, es la historia de Ian, un vendedor de tuberías que sueña con viajar a los Alpes Franceses con Sandra, la chica de la agencia de viajes, y encontrar un poco de amor y felicidad. Nada más. Pero resulta que su jefe no está satisfecho con su trabajo y lo relega al puesto más miserable en la empresa: Encargadillo de Mierda. Luego le entrega un tubo y le dice que tendrá que cuidar de él como si fuera su hijo. Y encima lo observa con una webcam las veinticuatro horas de día. Delirante. Y resulta que Ian coge el tubo y le pone nombre Mildred, y empieza a hablarle y a tratarlo como un bebé de verdad. Le compra un carrito y lo lleva a pasear, le da de comer, lo acuesta. Esto, sumado a un estilo narrativo perfecto, hace que te descojones vivo durante la lectura, aunque es una risa amarga que oculta detrás un denso halo de tristeza, un mensaje directo para todas las personas sumisas que se dejan esclavizar por un trabajo alienante de oficina en el que la única esperanza es encontrar las fuerzas para levantarse al día siguiente. Porque la sumisión y la pasividad lo ahogan todo, y al final las cosas siempre salen al revés: los Alpes franceses se convierten en los Alpes Italianos, la atractiva Sandra es sustituida por tu jefe y el amor se va a tomar por saco en un abrir y cerrar de ojos. Una novela divertida, triste, profunda y sobre todo universal, pues todos hemos sido, somos o seremos Ian en algún momento de nuestras vidas. Algunos fragmentos excelentes:

"Toda interacción humana es una venta. Voy a venderte mi personalidad y mis atributos físicos mientras interactuamos. Voy a construir una relación de confianza genuina y cálida contigo. Voy a hacerte cientos de preguntas abiertas para que no puedas responder sí o no, y que de este modo nuestra conversación no acabe nunca. Voy a demostrarte que soy un oyente activo repitiéndote como respuesta todo lo que me digas de un modo condensado. Vamos a ser grandes amigos" (pág. 20).

"Steve dice que lo normal en los humanos es consumirlo todo y continuar queriendo más. ¡Por eso necesitamos comprar más cosas! Para poder consumirlas. AquaVeg es único porque puedes consumirlo y también puedes emplearlo para ganar dinero y comprar otras cosas para consumirlas. Ese es el sueño primordial de las personas que viven en nuestra cultura consumista" (pág. 96).

"Supongo que la principal diferencia entre los tubos y los humanos es que los tubos pueden aguantar la miseria, indefinidamente, sin volverse locos. Los seres humanos no pueden soportar toda esa desilusión y miseria sin que la mente se les haga picadillo... El problema de los humanos es que no saben para qué fueron fabricados. Ninguno sabe cuál es su estado natural. Por eso hay tantos que dan vueltas y provocan molestias y acaban no haciendo nada en toda su vida" (pág. 108).

Mejor lectura del año hasta el momento. Mi más sincera enhorabuena al autor y sobre todo a los editores de Pálido Fuego por brindarnos esta magnífica novela. Masterpiece.


jueves, 18 de abril de 2013

PEAJE, de JULIO DE LA ROSA



Hace unos años mi mujer, al poco de haber entrado a trabajar en el maravilloso mundo de las clínicas de reproducción asistida, volvió a casa y me dijo que el fin de semana habían organizado una cena con algunas compañeras y que se podía ir con las respectivas parejas. Recuerdo que cuando me lo anunció me puse a temblar. Una cena para conocer gente nueva y entablar nuevas amistades; dios, eso es para que a uno le dé un ataque de pánico, con lo tranquilo que estás en tu puta cada leyendo un buen libro o viendo Sálvame Deluxe. ¿A santo de qué vienen todas esas mierdas sociales? Bueno, el caso es que me armé de valor, me mentalicé bien y acudí a la cena. Y mira por cuanto me sientan justo al lado del capullo de turno, el novio de una de las doctoras, quien, según nos contó el mismo, gastaba entre ocho y nueve horas de su vida diaria sentado en un peaje de Barcelona. El tío (a partir de ahora El supermán del peaje) era uno de esos mierdas pequeñajos con las pupilas muy dilatadas (véase en google Efectos secundarios de la cocaína), muchos tics nerviosos y esa habla chulesca de quien tiene el ego por la nubes y siempre ha de quedar por encima de ti y tener la última palabra. Durante la cena me pasaron varias opciones por la cabeza:

A) Levantarme y sin proferir palabra meterle un codazo en la coronilla con un movimiento seco y descendiente;
B) Cojer el tenedor y clavárselo en un ojo y luego sacarle el ojo y enseñárselo;
C) Darle una patada en los cojones;
D) Preguntarle primero si ese ego desmesurado se debía a la inmensa frustración producida por el trabajo de mierda en el peaje, luego pasar a la opción A.

En fin, como podéis apreciar, todas las opciones son válidas y creo que depende más bien de la elección y del estado anímico de cada uno en un determinado momento. No hay más hilo de Ariadna que eso. Al final, y es algo del que me arrepentiré a lo largo de toda mi vida y que no consigo perdonarme y que me causó un trauma enorme que me llevaré a la tumba, opté por ignorarlo y solo lo hostigué con la mirada en un par de ocasiones. Una vez en el coche, le dije a mi mujer que esa era la última vez que iba a una cena con desconocidos (han pasado seis años y hasta ahora he cumplido con mi palabra).
¿Por qué os cuento toda esta mierda del supermán del peaje? Bueno, básicamente porque tras leerme el maravilloso libro de Julio de la Rosa (nuevo acierto de Tropo, a los que por cierto nos tienen acostumbrados últimamente) no pude dejar de pensar en él durante tres días y hasta me planteé irlo a buscar a su casa por la noche para meterle una paliza tremenda y luego tirarlo a un contenedor de basura. La novela de Julio, quien, además de escritor, es un músico de primera, es una auténtica delicia que se devora en un día por su ritmo hipnótico y musical, una historia de tomo y lomo narrada con originalidad, frases contundentes y un sarcasmo ácido y corrosivo que resulta muy eficaz. Como apunta Joan Luna en el prólogo, se trata de un libro ni corto ni largo, ni demasiado serio ni demasiado ligero. La trama es sencilla (como tiene que ser, coño): José Tudela trabaja en un peaje y ve pasar gente y coches todo el día, y mientras esos rayos de vida desfilan fugazmente a su lado, él se imagina sus existencias y las reconstruye con unos delirantes a la vez que poderosos monólogos interiores, todo marcado por el pegadizo estribillo que Jose repite sin cesar: seis cuarenta, precio del peaje que todos han de abonar y verdadero elemento aglutinante de la narración. Encerrado en su minúscula cabina durante ocho horas, el protagonista aumenta sus delirios y se dedica a leer los obituarios del periódico. Dice:

Me gustan los muertos. Devuélvanme a la vida, señores muertos. Y a la lectura. A ver qué hicieron estos para que tengamos que recordarles. Una vida entregada a algo. Es extraño. Me gustaría saber si fueron felices. "Nunca juzgues la felicidad de una persona hasta que no esté muerta. Solo entonces se revelará la verdad". Wayne Anthony Allwine (pág:16).

Y luego saca el tema de la policía estética, necesaria para que desaparezcan los zumbados, o la gente tóxica, como prefiráis decirlo:

Una policía estética, claro que sí. Estaría medio planeta entre rejas, habría trabajo para el resto y seríamos felices solo de no ver a gente como esa por ahí suelta... Porque no sé en qué momento nos hicimos inteligentes, pero deberíamos habernos quedado solo con la belleza. Hermosos y tontos. Hermosos e imbéciles. Sería todo mucho más fácil (pág: 24).

También  hay una reflexión hacia la mitad que me parece sin duda la más acertada del libro:

Carácter, ¿qué coño es el carácter? ¿Ser prepotente es tener carácter? ¿Ser un engreído? ¿Hablar muy alto? ¿Tener dotes de mando? Todos quieren tener una chica bonita a su lado, y cuando consiguen a la más guapa que pueden conseguir se quedan tranquilos. Luego se arrepienten, se arrepienten mil veces, porque cuando ya no ven la belleza, sino la persona que tienen delante, se dan cuenta de que están frente a una gilipollas, frente a una mediocre, frente a una de tantas... Por eso fracasa en realidad el matrimonio. Porque la gente no se casa con quien se lleva bien, sino con quien es guapo. Con la guapa. Y se quedan tan satisfechos. ¡Ya! Pero solo un rato. La belleza hace mucho daño, y en muchos sentidos (pág: 78).

Como siempre: pocas palabras para transmitir algo profundo. Si creéis que es sencillo, poneos a ello. Y olvidad todas las gilipolleces que os cuentan en las aulas de escritura. Si la mayoría de los profes (no todos, por suerte) no son capaces de crear algo así, ¿qué carajo os van a enseñar? Mejor guardaos el dinero de la matrícula para unas copas.
Dicho lo dicho, hay que tener en cuenta que en una novela como Peaje (y en muchas más, claro), igual que en una buena canción, se necesita un final logrado y contundente, un vía de escape que ponga la guinda en el pastel, y el libro lo tiene. Es un final anunciado por el narrador y esperado por el lector, pero se resuelve de manera brillante e incluso te saca unas risas, que siempre se agradecen en los tiempos que corren.
Como dice el prologuista, Julio de la Rosa no es un tío corriente, sino un rarito que se aleja del montón, un tipo retraído que siempre está estudiando su entorno. Y yo digo: bienvenidos sean los raritos, cojones, siempre y cuando nos regalen (en sentido figurado) joyas literarias como esta. Bueno, ahora os tengo que dejar. Por fin me he decidido: voy a buscar al supermán del peaje. Es un peso que me aplasta la conciencia y que ya no puedo soportar.



jueves, 11 de abril de 2013

IDILIO CON PERRO AHOGÁNDOSE, de MICHAEL KÖHLMEIER



Si entráis en la página web de la editorial Rayo Verde y pincháis en contacto se os abrirá una ventana con información acerca de la recepción de manuscritos, algo de sumo interés que más de un millón de potenciales escritores deben de haber leído ya en los seis o siete meses de vida de la editorial. Para los pocos que todavía no lo hayan visto, se lee lo siguiente:

Si desea enviarnos un original para que estudiemos su publicación, nos lo puede hacer llegar por correo postal o correo electrónico.

Antes de enviar el original le recomendamos que considere si su obra se adecúa a los criterios de publicación de nuestra editorial, resumiendo, publicaríamos a J.V.Foix y a Octavio Paz pero no a Dan Brown.

En los diez años que llevo conociendo a editores, agentes, editoriales grandes y pequeñas y viejas y nuevas, es la primera vez que leo algo tan explícito como: si escribes basura comercial, ahórrate los gastos de envío y vete un rato al gimnasio a correr en la cinta como un hámster estúpido. He conocido a gente con muy buenos propósitos, a editores que afirmaban apostar solo por la literatura de calidad, y luego ves que te sacan un tostón sobre vampiros, o una novela negra al uso porque eso es lo que se lleva, o algún bodrio infumable de algún listillo de la tele con el ego por la nubes, y entonces piensas en lo rápido que se va todo a tomar por culo en esta vida, entre ello los buenos propósitos. Hace una semana leí El libro de los cinco anillos del maestro Musashi, algo que todo guerrero (figurado o no) debería leer a lo largo de su vida, y me llamó mucho la atención una máxima aparentemente sencilla que decía: No hagas nada frívolo, nada que no tenga utilidad. Para que nos entendamos, un ejemplo de frivolidad en literatura sería Boris Izaguirre, alguien que pretende ser profundo y lo acaba siendo tanto como ese charco estancado y lleno de sapos llamado Telecinco. ¿Que hubiera hecho Musashi si se hubiera encontrado al amigo Boris en la calle? ¿Le hubiera cortado antes los huevos o la cabeza? Estas son la clase de preguntas que no me dejan dormir por la noche. Volviendo a Rayo Verde, llevo leídos tres de los títulos que han publicado hasta la fecha y todos me han parecido brillantes (véase reseña de Los leopardos de Kafka). Esta tarde, tras terminar Idilio con perro ahogándose, he corroborado que los principios de estos editores tienen unos cimientos muy sólidos y ojalá perduren durante muchos años (ventas permitiéndolo). Se trata de una novela breve (no llega a las cien páginas) con un título sugerente que enmarca la historia como si de un cuadro impresionista se tratase. Michael Köhlmeier, autor austríaco que no conocía ni de oído, nos sorprende con una narración fresca y profunda en la que reflexiona sobre la inmovilidad de la muerte y la fugacidad de la vida, todo teñido de evidentes tintes autobiográficos, pues su hija Paula murió a los 21 años en un accidente en la montaña, tal y como aquí se relata. Creo que no puede haber nada peor para unos padres que perder a un hijo, sobre todo a un hijo con esa edad, y todo ese halo de tristeza generado por la tragedia acompaña al lector desde las primeras líneas hasta el final. El libro empieza de manera curiosa: el editor del protagonista, un tal Dr. Beer, decide hacerle una visita a su casa para trabajar juntos en la nueva novela. Se trata de un hombre extravagante con el que el protagonista guarda cierta distancia, incluso pasados unos días, y al que además le cuesta tutear. En la narración no hay misterios ni pasan cosas desorbitadas, pero la grandeza de la obra está en las metáforas universales que recrean ciertas situaciones, como cuando Monika, la mujer del autor, le enseña al Dr. Beer una jungla a pequeña escala que ha montado en el salón, como si fuera un invernadero. En ella hay, entre otras cosas: 

"... un camaleón que cambia de color si no se toca, una docena de monos, King Kong, un tiranosaurio rex, un leopardo y una pantera, ambos de porcelana, ambos de tamaño real, lagartijas, libélulas, mariposas, centenares de pájaros... También, tal vez incluso lo primero que salta a la vista del espectador, las muñecas con su eterna mirada de Mona Lisa, las máscaras que contemplan ausentes el espacio desde sus ojos vacíos y, esparcido encima de todo aquello, un sinfín de flores de seda y distintos productos artificiales, que podrían dar a pensar que aguarda (o está al acecho) un mundo extraño, sofocante, en cuyo seno late el corazón de las tinieblas..." (pág.: 26).

Y luego por supuesto está lo del perro, descrito de manera magistral por el autor y resuelto con un soprendente final, cuando el protagonista y el editor bajan juntos al Antiguo Rin y se encuentran a un perro abandonado, el mismo con el que unos días antes había dado el Dr. Beer durante un paseo en solitario. El animal está tumbado en la fina capa de hielo que recubre un lago, hasta que de repente todo cede bajo su peso y empieza la pesadilla: tres páginas de una intensidad majestuosa en las que se describe la lucha del hombre y del animal contra ese gran enemigo llamado Muerte, ese espíritu despectivo que nos sigue a todas partes, listo para golpearnos con su guadaña cuando menos lo esperemos.
En definitiva, un libro muy recomendable por el módico precio de 12 euros, una catana tan afilada que hasta el mismo Musashi, o lo que queda de él en la tumba, se quitaría el sombrero. Esperemos que sigan los buenos propósitos de estos editores y con ellos la literatura de calidad



sábado, 30 de marzo de 2013

LA CHICA ZOMBIE, de LAURA FERNÁNDEZ



Si alguien me parara en la calle y me preguntara a bocajarro qué opino de los primeros dos libros que me leí de Laura Fernández (Bienvenidos a Welcome y Wendolin Kramer), probablemente le diría que están bastante bien, que dejan entrever a una narradora original y con ideas interesantes. ¿Me han gustado? Diría que sí. ¿Me han entusiasmado? Diría que no. ¿El problema? Aunque la historia era divertida, le faltaba algo de profundidad. Creo que esa es una de las grandes asignaturas pendiente de la denominada Generación Nocilla (no sé si Laura se siente parte integrante del grupo o no, pero sin duda comparte ciertos aspectos estéticos-literarios con ellos), algo que le resta peso e importancia a toda la originalidad de la que hacen alarde. Todo muy cool, todo muy guay, todo "pijamente" y socialmente comprometido, todo muy rompedor, y sin embargo te lees una de esas novelas y acabas teniendo la sensación de que te han timado, de que te han colado un gol por debajo de las piernas y ni te has dado cuenta. Es como ir a una pastelería y ver en la vitrina un bombón de nata y virutas de chocolate por el que empiezas a formar pompas de bava. Oiga, ¿cuánto vale? Cinco euros, te dice la dependienta. Lo compras por el aspecto pese al precio desorbitado, y cuando le metes el primer mordisco te das cuenta de que por dentro está vacío, de que no es más que un invólucro bonito que sabe a nata y virutas de chocolate. Resultado: te cagas en la dependienta y en la tienda. Algo parecido me pasa a mí con la generación Nocilla, y el nombre ayuda a que la comparación con el bombón sea más efectiva. Repito: sobrevalorar es peligroso. No somos imbéciles, señores editores, y cada vez compramos menos motos con pedales. Con Laura, sin embargo, pensé que había un talento allí escondido que no tardaría en subir a flote, y tuve la confirmación cuando me leí (o más bien me devoré) su última novela: La chica zombie. Aquí por fin encontré a la narradora que andaba buscando, a esa voz que se desvincula de lo jodidamente cool para darnos a la vez una lección de originalidad, de talento narrativo y, sobre todo, de profundidad. La sinfonía literaria que nos ofrece nos lleva por el tormentoso mundo de la adolescencia, donde Erin Fancher (me encantan los nombres de los personajes, que conste), una chica de dieciséis años con los problemas típicos de esa edad, se despierta una mañana convertida en zombie, o al menos eso cree ella, ya que todos la ven más o menos normal, a excepción del puto Billy el psicópata Servant, el niño raro del que todo el mundo rehúye. Es un mosaico de líos juveniles, de incompresiones, de celos y de envidia, una historia sobre lo difícil que es dejar de ser niño, lo duro que es vadear las aguas tormentosas de la adolescencia y, por encima de todo, aprender a ser uno mismo, venciendo las inseguridades que nos acosan como sombras despectivas vayamos adonde vayamos. Están todos los moldes de Dios: la chica Más Popular del Instituto (Shirley), el guaperas ligón (Reeve De Marco), el raro marginado (Billy Servant), el macarra (Lero Kirby), los simios amigos del macarra, el pusilánime (Eliot Brante) y por supuesto la insegura Erin Fancher, nuestra Chica Zombie; es decir, toda esa retahíla de personajes que pululan a nuestro alrededor en el día a día. Pero no es solo una novela sobre la adolescencia, sino que en paralelo se desarrolla también el drama de los adultos, véase la absurda relación entre el gordo Rigan Sanders, el director del instituto, y Velma Ellis (Pelma para los amigos), la profesora suplente de Lengua. Gente que no sabe lo que quiere, tipos que siguen cargando con las piedras de la adolescencia al igual que Sísifo, el tío condenado a subir una jodida roca hasta la cima de la montaña y luego bajarla y así repetir toda la operación para la eternidad. El mundo que se refleja en esta novela es tremendamente actual, y cualquiera podría encontrar paralelismos con su vida o la de su vecino. Es una novela tierna, una mezcla, como se apunta en la contracubierta, entre La Metamorfosis de Kafka y Carrie de Stephen King que desde luego no deja indiferente al lector e invita a la reflexión. El estilo es fluido (se nota que a la autora le gusta Fante), divertido, cortante y a ratos corrosivo, marcado por esas frases profundas que tanto había echado en falta en los dos libros anteriores:

Cuando uno tiene dieciséis años está acostumbrado a vérselas a diario con monstruos del tamaño de elefantes. Monstruos como un cero y medio en Lengua, Wanda Olmos en el vestuario o tu diario en el cajón de los calcetines, monstruos como el chico que te gusta enamorado de tu mejor amiga, aparatos en los dientes durante los próximos veinte años, como soñar que te tiras a Billy Servant y te gusta, como que en realidad no entiendes por qué haces lo que haces pero lo haces de todas formas. Ese tipo de monstruos (pág.: 43).

Reeve se quedó al otro lado, pensando en que no estaría nada mal tener un interruptor en algún lugar para poder apagarse de vez en cuando. Como se apagaban las consolas cuando estabas harto de jugar (pág.: 255).  

Un libro para disfrutar en tu casa, en la playa, en la montaña, en la bañera o en el trabajo, una novela que demuestra que el talento, tarde o temprano, siempre acaba saliendo a la luz para enseñarnos su rostro más risueño, por mucho que nos lo unten con espesas capas de Nocilla. Escritora revelación.


martes, 19 de marzo de 2013

SOLO DE LO PERDIDO, de CARLOS CASTÁN



A veces oigo voces por la noche o cuando paseo en solitario por las calles de Barcelona. Son como un susurro que se va haciendo cada vez más atiplado y que acaba sumiéndome en una especie de trance. Alguien podría decir: "Qué clase de mierda es esa?". La respuesta es sencilla: son nuestros miedos, los que nos escoltan por la existencia y hacen que todo parezca un poquito más jodido de lo que esperábamos en un principio. Miedo a perderlo todo, a no volver a conseguirlo, a quedarse solo en el mundo. Miedo a lo desconocido, a que ignoren tus libros, a que te zahieran. Miedo a relacionarse con los demás, a la soledad, a la locura. Miedo a que te digan, como apunta Carlos Castán en este precioso libro, la peor frase de todas: "Tenemos que hablar":

Tenemos que hablar es una de las frases más terribles que existen en nuestro idioma. Nadie dice eso cuando va a darte una buena noticia, una prórroga o un respiro. Tenemos que hablar es el pánico (pág.: 93).

Sólo de lo perdido es un libro de relatos de una calidad extraordinaria que te sumerge por completo en el melancólico universo de un autor que juega con las palabras como el malabarista con el fuego. Él nunca llega a quemarse, y al final la que arde es tu mente. Es la historia de trenes perdidos, de ocasiones derrochadas, de tardes vacías, de sueños que nunca llegan a cumplirse y de los días que se repiten hasta la muerte. Pero es también una elucubración profunda de la existencia humana, de su cara y de su cruz, de como todo puede joderse en un abrir y cerrar de ojos, y solo nos queda consolarse con ese puñado de vida que guardamos entre las manos como polvo del desierto.
Escuela de la muerte es quizá uno de los mejores relatos que haya leído jamás. Fijaos en el comienzo:

"Existe una clase de horror que solo se respira en las ciudades de provincia, nunca en un aldea y mucho menos en una urbe de verdad. Y no tiene que ver con la estrechez de los horizontes, ni con la falta de salas de cine o lo interminable de los inviernos con sus tardes en bares mal iluminados, la baraja manoseada y el café que siempre se queda frío un segundo antes de llegar a los labios. Y tampoco con esa mediocridad de chismes y tenderos, y familias de toda la vida, y bostezos y caciques. Lo peor de todo no es eso.
Lo terrible, según yo pienso, es que un buen número de personas se mueren mucho antes de morirse. Llega su hora, pero sin embargo ellas continúan viviendo. De buena gana les llevaríamos flores al cementerio si no fuera porque, extrañamente, no se encuentran allí, sino paseando por las calles o en un piso cualquiera a escasas manzanas de tu casa. Son personas que tuvieron su gran momento en la historia de nuestras vidas, a veces un papel estelar...
El olvido es una atrocidad y es a la vez la inocencia, tiene esa doble cara de los perores monstruos (guiño, intencionado o no, a La ignorancia, obra maestra del inmortal Kundera).

Y luego esto, del relato El aire que me espía:

Un viaje, además, tiene siempre un reverso, una cara oculta que no por permanecer invisible debe dejarse de tener en cuenta: viajar no solo es transportar tu presencia a otros parajes, sino crear tu falta en el lugar en que vives, hacer que alguien diga: "Dónde andará aquella sombra que acostumbraba a errar por estas calles?" o "Habrá muerto ya el tipo que solía acodarse en la esquina del final de la barra?", y la construcción de ese hueco, de ese vacío en el aire, supone a veces una aventura mayor, aunque secreta, que las vividas en la carretera (pág.: 34).

Las palabras de Carlos son como dardos envenenados que se clavan a fondo en nuestros corazones, son derviches que nos parten el alma en dos, y hacen que los supuestos grandes escritores, aquellos de los que hablan los periódicos y que nos venden en los quioscos, se vuelvan tan pequeños e insignificantes como ese polvo del desierto que encerramos en el puño tras el enésimo batacazo. No me encontraba frente a un escritor español tan poderoso desde Mateo Alemán, y solo he tenido que esperar cuatrocientos años. Si pienso que hay gente que lleva dos mis años esperando a un tío llamado Mesías, tampoco es tanto. Como siempre, depende de los puntos de vista.


viernes, 15 de marzo de 2013

ALEHOP, de JOSÉ ANTONIO FORTUNY


No debería estar reseñando este libro, soy consciente de ello. Una de las reglas principales de este blog es recomendar únicamente aquellas obras redondas cuya calidad literaria supere de largo a la de la mayoría de los títulos que invaden cada día las librerías del mundo. Y, por supuesto, no es el caso de Alehop, verdadero boom editorial de los últimos meses y por el que felicito a su autor, José Antonio Fortuny, compañero en la agencia literaria Página Tres, ya que a todos nos gustaría que nuestro libro pegara un bombazo y se reseñara por todas partes. Desde hace años, José sufre una enfermedad neuromuscular que ha ido progresivamente paralizando su cuerpo, pero que no lo ha privado de su capacidad para comunicarnos su propia visión de la existencia. El hecho de que alguien con estos problemas consiga encontrar la fuerza y la motivación para ponerse a escribir es algo que se me antoja como un reto pantagruélico, una entelequia solo al alcance de unos pocos elegidos. Y lo que nos demuestra José es que la escritura es esperanza, es savia que nos mantiene vivos día tras días, es nuestra panacea para salir a la calle y poder soportar ese infierno llamado "existencia". No solo le deseo a José que siga escribiendo, sino que espero que la literatura lo haga volar más allá de los confines de la imaginación, allí donde ninguna silla de ruedas te podrá jamás anclar a la tierra. Dicho esto, creo que para hacer una crítica constructiva de un libro y dilucidar las cosas con objetividad siempre es menester separar al artista de la persona, al producto de quien lo ha escrito, y analizarlos por separado. La novela en cuestión, que Rosa Montero enaltece como "una farsa negrísima, angustiosamente divertida, ingeniosa, inteligente y muy actual", en realidad tiene algunos fallos importantes. Pese a que el autor demuestra un control de la lengua y unos conocimientos léxicos envidiables, la estructura flojea un poco y la historia a menudo parece traída por los pelos. En ella, se cuentan las vicisitudes de una pareja de ancianos que viven una serie de peripecias grotescas cuando su único objetivo es tener derecho a la ley de dependencia. Hay un poco de todo: la llegada de un circo al pueblo, recortes, un reality llamado Bigyayos sobre los ancianos, policía, malentendidos, locura, espiritismo, avaricia, falta de solidaridad, locos sueltos, falta de comunicación... La idea de la historia, concebida para reflejar un mundo a la deriva, no está mal, pero nos encontramos con una problema importante de ritmo, muy lento en la primera parte y algo precipitado al final. Además, se supone que este libro está pensado para hacer reír (recordemos la frase de Rosa Montero), y la verdad es que solo consiguió sacarme un par de sonrisas. No hay nada más difícil en literatura que hacer reír y reflexionar al mismo tiempo, y para ello hay que hacer alarde de toda la naturalidad posible o estamos fritos (las escenas del superjefe que se la chupa al director del reality o la del perro que se folla luego al mismo director desentonan y chirrían; no por su vulgaridad, sino porque no pintan nada ni aportan nada a la narración ni le dan fuerza). A veces incluso estamos fritos siendo naturales, o sea que imaginaos. Sin embargo, la novela tiene momentos interesantes y reflexiones que delatan a un buen escritor, de ahí que haga esta reseña. Fijaos en esto:

Si el mundo ya le parecía al anciano cada vez más caótico, más complicado de deglutir era esta juventud de tejanos ceñidos, que copulaban como conejos y se tatuaban rosas envueltas en alambres de espinos en la piel (pág.: 35).

Una de las reglas cardinales de un buen espectáculo es: nunca lo interrumpas abruptamente, en pleno funcionamiento, porque sería como si le quitaras el plato a un perro que está comiendo, o que un cantante se parase en medio de un estribillo que está siendo coreado. Cuando la rueda está girando, es muy peligroso meter la mano (pág.: 345). 

Espero ansioso la próxima novela de José, convencido de que se puede superar y dar el salto a la palestra de los grandes narradores. A él van todos mis mejores deseos y la esperanza de que siga escribiendo. 
 


miércoles, 27 de febrero de 2013

POLVO EN EL NEÓN, de CARLOS CASTÁN


La semana pasada acudí a la presentación del libro Polvo en el neón, de Carlos Castán, autor que me sonaba de oído y del que todavía no había leído nada. Participaban en el acto Dominique Leyva, autor de las maravillosas fotografías que acompañan la narración, y Lorenzo Silva, Premio Planeta 2012 (un día también compraré libros de Planeta, lo prometo. Tal vez cuando disponga de más dinero para gastar y no me perturbe tanto la mediocridad que nos despachan como si fuera buena literatura). Si os soy sincero, últimamente me cuesta bastante acudir a eventos literarios, más aún si en ellos hay editores o periodistas o escritores con el ego por las nubes. Me aterroriza la idea de tener que intercambiar frases de circunstancia con algún payaso que te habla del mundo editorial como si guardara en el bolsillo la fórmula de la eterna juventud. Se creen todos muy listos y SIEMPRE necesitan hablarte de ELLOS. SIEMPRE. Algunos incluso se toman la molestia de darte consejos sin conocerte de nada, sin haber leído un carajo de lo que haces. Te hablan de cosas COOL y van de GUAYS y hablan de RECURSOS LITERARIOS y al final te das cuenta de que más que genios son unos pobres diablos que no tienen dónde caerse muertos. Como decía, cada vez me da más miedo ir a presentaciones y correr el riesgo innecesario de verme con uno de esos tipejos. No sé qué coño me pasa últimamente. Estoy asustado, eso es. Asustado de ese gran mecanismo desvencijado que es la existencia, asustado ante la falta total de esperanza del mundo actual, asustado de las alimañas que corretean sueltas por ahí, listas para tenderte una emboscada. El otro día hablé con mi mujer acerca de la posibilidad de suicidarme cuando cumpla treinta años, es decir dentro de unos meses. Estoy cansado y necesito irme a un sitio donde las cosas por fin tengan sentido. El otro barrio me parecía el mejor El Dorado que uno pueda encontrar en este momento, pero luego fui a la susodicha presentación y algo se desbloqueó dentro de mí. En primer lugar, conocí a Carlos Castán y a Dominique Leyva, dos personas estupendas, humildes y muy respetuosas. También intercambié opiniones con Óscar Sipán, editor de Tropo y escritor brillante. Después me leí la novela El polvo en el neón, y entonces decidí aplazar lo del suicidio al menos hasta el año que viene. Lorenzo Silva, durante su amena presentación, dijo que Carlos es actualmente el mejor escritor español vivo en circulación. No sé si es el mejor, y detesto poner etiquetas de este tipo porque para ello hay que conocerlos a todos y cada uno, pero sin duda es uno de los mejores que haya leído, de esos que se cuentan con los dedos de una mano. La novela, cuyo título me remitió inevitablemente a Pregúntale al polvo de John Fante (es absolutamente inconcebible que un editor o alguien que se dedique a la criba de manuscritos no tenga esta lectura), es una historia breve de poco más de sesenta páginas donde se reúne todo el significado del amor, el desamor y la soledad del ser humano. Todo. Las palabras escogidas son perfectas, el ritmo es majestuoso y los protagonistas representan a todos los seres humanos que habitan ese planeta llamado Tierra. La historia transcurre en la mítica Rute 66: Quinn está al volante y a su lado está Jessica, su amante. Se trata de una de sus escapadas extramatrimoniales en algún motel de carretera, mientras la mujer de él, Sally, está en casa esperándolo. El coche es el verdadero elemento aglutinante de la narración y de hecho es ahí donde los dos amantes tuvieron su primer encuentro, con la calefacción a tope, a salvo de un mundo gélido que llenaba de escarcha los cristales de las ventanillas (pág.: 21). Conceptos como el amor y la soledad también desempeñan un papel fundamental:

A veces las cosas son así de sencillas, lo dicen las revistas: nos abandonamos, nos vamos dejando sin darnos cuenta, dejamos de decir las palabras mágicas apartando el pelo que tapaba la orejita y en su lugar nos echamos pedos sin el menor disimulo y mantenemos durante horas el canal de deportes (pág.: 41).

Parecían claras las cosas al principio, buscar moteles sucios, arrancarse la ropa, decirse las palabras que despiertan al monstruo (pág.: 49).

El amor siempre requiere poner sobre la mesa la idea de futuro. Y al deseo lo pudre tan pronto como puede, y pide a cambio flores, masajes en la espalda, reclama paseos con las manos unidas por calles y vergeles, y toda esa confusión de proyectos, facturas y violines (pág.: 53. SOBERBIA).  

Jessica hizo todo el camino de vuelta con la cabeza apoyada en la ventanilla del autobús. Le apareció que anochecía más rápidamente que otras veces como si el día tuviese prisa por morir. Decidió no dejarse llevar, apretar los dientes y pensar en todo lo que ella valía, en peleas de hombres por conseguir su compañía a la puerta de un bar (pág.: 63).

Y, finalmente:

A Quinn le parece que esa duda es ya en sí misma el amor porque, sobre todo a partir de cierta edad, el amor tiene naturaleza de pregunta... A la edad de Sally, a la de él mismo, el amor es un simple no saber, tener de repente miedo a un tren que se va y las horas que vendrán tras su partida, una oscuridad al llegar a casa que se mete en los huesos como niebla. Dudar ya es amar (pág.: 73). 

Polvo en el neón es ante todo una historia sencilla, pero está narrada de manera impecable y consigue transmitirnos en pocas páginas inquietudes que llevan siglos atosigando a la humanidad. Son libros que nos hacen reflexionar y que de alguna manera nos marcan para siempre. Dijo Carlos que lo escribió por encargo. Bueno, Hemingway también escribió El viejo y el mar por encargo en 1952 para la revista Life, y resulta que le granjeó el Pulitzer al año siguiente y el Nobel en 1954. Espero de corazón que Carlos siga esa senda. Cuando terminé la lectura, me sentí un poco más feliz y también un poco más afortunado. Afortunado de tener a mi lado a una mujer que me quiere, con la que solo nos llevamos veintiún años de diferencia, pero a la que espero entregar mi vida hasta que todo se convierta en polvo y solo quede la luz tenue de algún neón. Eso sí: si el mundo sigue tan agresivo y la sociedad continúa asustándome con su fábrica de monstruos, me veré obligado a atrincherarme en una colina de Montjuïc con mi mujer durante un tiempo indefinido, pero no os quepa la menor duda de que me llevaré, aparte de la ametralladora, claro, este maravilloso libro del señor Castán. Pasaremos sus páginas mientras decidimos a quién abatir primero. Es, sin lugar a duda, el mejor regalo que le podéis hacer a alguien en este momento.