Ya lo sé: me dispongo a recomendar un libro en italiano que va a ser muy difícil de encontrar en territorio español, y entiendo que no tenga mucho sentido apuntarse a un curso intensivo de italiano en agosto solo para poder leer este libro, aunque espero que algún editor español se ponga las pilas y lo traduzca pronto. Vamos al grano: no conozco a Nicola Pezzoli, el autor, ni nunca antes había oído hablar de él. Era un perfecto desconocido, hasta que durante mis vacaciones en Varigotti, Italia, un amigo me habló maravillas de este libro. Sin pensarlo, me hice con un ejemplar y me lo devoré en dos días. Para estar seguro de no equivocarme a raíz del calentón cerebral producido por el bochorno veraniego, lo volví a leer una segunda vez con la intención de corroborar la primera impresión. Y así fue. El libro es, sin más preludios, una auténtica obra maestra. De hecho, quiero ir más allá y decir que es el mejor libro que he leído de un escritor italiano después de Pirandello. A-C-O-J-O-N-A-N-T-E. Si en este mundo existiera una justicia divina, el señor Pezzoli debería ser un autor de cabecera que se enseña en la escuelas, un tío que vive sobradamente bien de la literatura y se dedica a rascarse el escroto y a visitar universidades y talleres literarios dando clases de escritura. Él sí que puede. Él sí que vale para eso. Él sí que sabe lo que es escribir con el corazón, desgarrar el papel con las palabras y golpear el alma del lector con humor corrosivo. El libro versa sobre la infancia de Corradino, un joven que relata su vida en un pueblo de la Lombardia occidental en los años setenta, un chaval inseguro que vive presa de los miedos más profundos, verdaderos lastres propios de la edad y del entorno. Cada día es una batalla para sobrellevar a los macarras del pueblo, quienes lo motean Scrofa (tarasca, cerda), las palizas del padre ignorante que descarga en él toda la frustración de su fracaso vital, los meapilas de la iglesia y sobre todo el señor Kestenholz, un anciano que vive recluido en una misteriosa mansión al otro lado del campo de maíz. Se dice de él que haya matado a sus tres hijos, que los haya momificado y luego devorados. Dicen que vive a la espera de que alguien acuda a su casa para descuartizarlo y meter sus trozos en la nevera. Sin embargo, no todo es como parece y la mansión Kestenholz acabará respondiendo muchas de las preguntas del joven Corradino en un final sorprendente que solo las mentes privilegiadas pueden orquestar.
Un libro melancólico envuelto en una espesa capa de humor corrosivo que te proporciona un descojono constante y descontrolado. Un libro para la posteridad de una de las grandes esperanzas de la literatura italiana. Me pregunto si será Nicola Pezzoli quien sacará a este país del oscurantismo cultural y hará pensar en los varios Fabio Volo y Federico Moccia como en una broma pesada de una época ominosa que por fin ha quedado atrás. Algunos fragmentos:
Quando arrivava la parte "Ricordati dei nostri fratelli che si sono addormentati nella speranza della Resurrezione", io sempre pensavo "Bei coglioni", perché immaginavo fosse gente radunatasi a bivaccare davanti alla tomba di Gesù, ma che poi aveva ceduto al sonno, perdendosi lo spettacolo. Mica lo sapevo che quella pappardella lí voleva dire "Ricordati dei morti" (pág. 134).
Mai ci fu un secolo cosí buio. E soltanto il prossimo saprà essere più buio. E quello dopo ancora, sempre peggio. Perché gli uomini sono destinati ad avere sempre più forza e potenza. Ma sempre meno intelligenza, saggezza e capacità di discernimento. E sempre meno bontà (pág. 281).
Chi nasce, nasce perché nel suo albero genealogico ci sono dei rami spezzati. Più che un albero, dobbiamo immaginare una legnaia di legna da ardere, Tonnellate di legna rotta e secca. Senza quella legna, segata e spaccata, non ci sarebbe quel fuoco che è la nostra singola, incidentale, vita. Siamo solo, e lo siamo tutti, nientr'altro che capricci del Caso.
Nada se le puede resistir a este hombre, ni siquiera el Nobel.