Descubrí la nueva editorial Ediciones Baladí por pura casualidad. Estaba dando vueltas por una librería del centro cuando de repente me fijé en un libro con un título interesante: “Anatomía de Caín”. Dos cosas me llamaron la atención: la edición muy cuidada y el hecho de que además fuera ilustrada, algo muy poco frecuente hoy en día. Me recordó las ediciones de principios de siglo del Buscón o del Lazarillo, esas joyas con forma de libro que desde hace tiempo descansan en paz en los anaqueles de mi biblioteca personal. Bueno, el hecho es que me leí ese libro y me puse a seguir los pasos de una editorial en cierne que se atrevía con semejantes ediciones y con obras que brillaban por la ausencia de templarios, vampiros y demás gilipollas. El siguiente lanzamiento fue “Un libro que podría titularse el baile de la berenjena” de un tal Óscar Santos Payán, autor que no conocía ni de oído. La novela fue una grata sorpresa, y más en un país donde se detecta cierto temor a la hora de publicar obras fluidas, directas, marcadas por una prosa sencilla y corrosiva al mismo tiempo. Óscar nos cuenta la historia de un joven adolescente que se forja en un pueblo imaginario de la España profunda llamado Cataratas de Mar, con sus sueños, sus inquietudes, sus primeros amoríos y sus decepciones. El protagonista crece página tras página y va descubriendo poco a poco el mundo de los adultos gracias también a los consejos del sabio Genaro, viajero incansable que ha regresado al pueblo con una maleta llena de experiencia. Leemos en la página 51:
“La vida es un juego, y sólo conocemos el comienzo y el final. Lo demás son reglas inventadas por los hombres. Trucos que utilizamos para ir salvando los obstáculos que se cruzan en nuestro camino. Por eso nunca, si uno quiere, se es joven o viejo. La única diferencia es la forma de vivir”.
Y en la página 138:
“Genaro siempre repetía la misma frase: la naturaleza obra sin maestros. No era una frase suya. No me pregunten de quién. Creo recordar que era de algún sabio de esos que trabajan haciendo frases para que siglos después las repitamos nosotros”.
Luego está Jorgito, hijo del veterinario del pueblo, el amigo inseparable con quien el protagonista habla de la vida y del amor que siente por la bella e inalcanzable Rosario. Es su mano derecha, el apoyo en los momentos de dificultad, el guardián de los secretos del amor. En definitiva, el amigo que todos hemos tenido o buscado en algún momento de nuestra adolescencia.
Siempre he pensado que lo mejor que puede hacer un autor en su trayectoria literaria es escribir un libro sobre su adolescencia, añadiéndole por supuesto todas las dosis de ficción que se le antojen. Ésa será su obra maestra, por muchos libros que escriba después. Será su cofre mágico donde están guardados los recuerdos más tiernos, y le bastará hurgar entre los capítulos del libro para dar un salto atrás en el tiempo, para volver a sentirse niño y saborear el dulce aroma de los sueños.
Una buena novela escrita en primera persona, con sus tacos, su prosa fluida y una historia de seres humanos en la que priman los sentimientos. Sin vampiros, ni zombies, ni mierdosos consejos de autoayuda y, sobre todo, sin ningún jodido entresijo del jodido Vaticano. Lo único que tenemos aquí son emociones, emociones plasmadas en el papel que refrescan un poco este bochornoso crepúsculo literario.