En una sociedad pobre llena de trepas, sabandijas, alimañas, editores sin ideas, explotadores, gente que vive con la sola finalidad de pisotear a los demás y de infectar este mundo podrido, saber que existen personas como José Ángel Barrueco es un seguro de vida que todos deberíamos contratar. El problema es dar con esta gente tan especial, tan buena por dentro, tan dispuesta siempre a ayudar a los demás sin pedir nada a cambio. En este inmenso basurero llamado "mundo", tener la suerte de coincidir con personas especiales es un regalo por el que tenemos que ser muy agradecidos. Ya lo sé: estoy hablando de la persona y no de la obra. Ya lo sé: en este blog prometimos separar siempre al autor de sus libros para que nadie me acuse de amiguismo y colegueo, pero esta vez no va a ser posible porque Angustia es una especie de diario autobiográfico en el que la ficción queda relegada en un segundo plano, y donde todas las atenciones están dirigidas, inevitablemente, hacia la figura del autor, quien narra en primera persona el enorme calvario que tuvo que sufrir durante el cáncer que acabó con la vida de su joven madre. Frente a una obra de estas características resulta muy complicado hacer una distinción, menos aún si conoces al autor. Si a alguien le sienta mal y la envidia y el prejuicio le corroen por dentro, ya sabe que se puede ir tranquilamente a tomar por culo, y nadie lo va a echar en falta. Pero hablemos de cosas buenas: José Ángel Barrueco, a quien conozco desde 2009 y a quien el único favor que le debo es invitarlos (a él y a su chica) a un tinto de verano decente (el que tomamos en Barcelona estaba hecho sin arte y sin amor), es un guerrero que lleva luchando en el mundillo editorial la tira de años. Su historia es la de muchos otros: publicar en editoriales medianas/pequeñas, pelearse con los editores por unos míseros derechos que se niegan a pagar y ver cómo tu libro muere a los tres meses de salir al mercado. Punto y final. Y la historia se repite constantemente, y uno va publicando por aquí y por allá y cumple años y pasa el umbral de los cuarenta y se pregunta si toda esta mierda tiene algo de sentido, ese estúpido trajinar absurdo a cambio de un montón de nada, esas batallas que libramos a diario y que te dejan en los labios el sabor amargo de la decepción, esas relaciones profesionales con personas que siempre acaban decepcionándote por culpa de esa mediocridad que nos carcome por dentro, y ves que no acabas de dar el gran salto y que siempre estás a merced de unos editores sin ganas ni recursos ni mucho menos ética. Y mientras te preocupas por todas estas bagatelas, a tu madre le diagnostican un cáncer de mama en estadio muy avanzado. Tu percepción del mundo cambia. Tú cambias. Tú vida cambia. Tus emociones cambian. Tu pareja, como si fuera una cruel broma del destino, se queda embarazada, e irrumpe en tu cabeza esa dicotomía entre la vida y la muerte, entre lo que el destino nos quita y nos da, entre agarrarse a la esperanza del futuro o abandonarse en pos de la desolación. Angustia nos cuenta, de manera tremendamente emotiva (hacia tiempo que no lloraba con un libro), la lucha atávica entre la vida y la muerte; nos cuenta el amor de un hijo hacia su madre, destrozada por un cáncer asesino que se acaba imponiendo como un verdugo supremo. El lenguaje, obstaculizado a ratos por las constantes citas, a mi modo de ver innecesarias, cobra fuerza sobre todo en la segunda parte, y las últimas treinta/cuarenta páginas son absolutamente magistrales. Un par de pasajes de muestra:
Mientras caminaba por el cementerio, a paso vivo, iba pensando en la extinción, en cómo acabamos todos, tarde o temprano, siendo inquilinos de una sepultura. ¿Y en qué otra cosa puedes pensar cuando avanzas entre lápidas? Solo en la muerte y en vivir, vivir un poco más. En sobrevivir. En ganar más tiempo para tu causa (pág. 22).
La naturaleza nos destruye con sus enfermedades y la muerte nos mata con sus virus y a ella oponemos la vida, procreamos y nos reproducimos y nos multiplicamos porque nosotros, los seres humanos, también somos una forma de virus, algo indestructrible que se propaga y crece y se multiplica, algo con lo que la naturaleza no logra acabar nunca. Seres vivos que resisten y procrean (pág. 169).
Y también el cierre final:
Madre, me faltas cuando más te necesito.
He escrito este libro para que no te pierdas, para preservar tu recuerdo.
Esta narración comenzó en un cementerio, visitando la tumba de un escritor, y concluye en otro cementerio, visitando la sepultura de mi madre amada y perdida.
Este canto es para ti, pues a ti me dirijo y te imploro:
Te busco.
Te busco y no te encuentro.
Dónde estás, madre?
Brutal. Uno se pregunta qué habría pasado si este libro hubiera caído en buenas manos o si hubiera sido publicado por una editorial con poder mediático. La respuesta, como siempre, está soplando en el viento, pero una cosa es cierta: tu madre no se ha ido, José Ángel. Te engañas a ti mismo cuando dices que no la encuentras. Ella vive en este libro, y estoy seguro de que todos los días, cuando estás escribiendo, se pone a tu lado para infundirte nuevas esperanzas y ayudarte a cultivar tu enorme talento.