Hace unos días acabé de leer The room, una novela del escritor americano Hubert Selby jr., fallecido en 2004. Algunos lo conocerán por su libro más famoso y criticado: Last exit to Brooklyn, publicado en 1964 y traducido al castellano con el título Última salida para Brooklyn (publica Anagrama). Después de la gran impresión que me causó dicha novela, fui a buscar más obras de Selby y me tuve que contentar con leer versiones más o menos antiguas en italiano (mi lengua materna), la mayoría publicadas en los años setenta/ochenta, y por tanto difíciles de conseguir.
Con The room (La stanza en italiano, Feltrinelli, 1973), publicado por primera vez en Estados Unidos por Grove Press en 1971, la impresión fue la misma que con las obras anteriores e incluso mejor. Básicamente, es la historia de un hombre que está encerrado en una celda, acusado de un crimen que no se menciona en ningún momento (recuerda un poco a El proceso, de Kafka). Es la historia de un mundo sin amor, un mundo en donde el sistema te sigue y te persigue. Los ojos del Estado te vigilan. No hay escapatoria ni dentro ni fuera de la celda. Allí el hombre se abandona a todo tipo de fantasías y a través de su mente, en vilo sobre el abismo de la locura, refleja una sociedad corrupta que se está cayendo por su propio peso. Es un libro que hay que leer, o mejor dicho catar, como una buena copa de Rioja.
La conclusión a la que llegué fue la de marras: otro genio despreciado de la literatura mundial que alcanza el éxito después de muerto, al menos en su País. Leer a autores de este calibre hace que te cuestiones cosas y que te preguntes por ejemplo qué coño está pasando con la literatura. Ya no se trata de gustos, sino más bien de calidad literaria frente a piltrafa caliente y apestosa. Quiero decir que te vas a una librería y hojeas a algunas de las miles de novedades de un Boris Izaguirre cualquiera y la diferencia es tan abismal que lo más normal es que te entren arcadas. Arcadas de disgusto, por supuesto, como si te hubieran obligado a tragarte comida para perros caducada.
¿A tal estado de locura hemos llegado? ¿Basta con bajarse los pantalones en la tele y hacer el mono y decir cosas obvias que no producen ni un asomo de risa o presentar algún programa basura y ya tienes la vida solucionada? Millones de ejemplares vendidos a millones de borregos que van de intelectuales por el Metro con ese tocho bajo el brazo, ¿es eso lo que nos queda? Quiero imaginarme que no, pensar que en algún lugar brilla todavía una luz de esperanza, y que a veces la vida nos da la posibilidad de saborear la magia sublime de esos genios, gente como Selby, el gran Dan Fante y otros más que piensan únicamente en hacer lo que sólo es un don de Dios: escribir, crear. Estas personas iluminadas aportan sentido a la literatura y les mean en la boca a estos dioses de cartón, mitos de tres al cuarto y mediocres de pacotilla.
Tranquilos, amigos, yo lucharé a vuestro lado. Lucharemos contra el bando de los estafadores, el de los Vil.lamatas, Antonio Gala, Juan Marsé, Cristiano Ronaldo (creo que él también quiere ponerse a escribir), Gennaro Gattuso (es el futbolista analfabeto de la selección italiana de fútbol, pero escribió un libro. Alguien en su momento gritó al milagro) y muchos más que ni siquiera vale la pena mencionar. Tenéis que seguir en el ring, no importa si caéis. Volveremos a levantarnos y le daremos un sentido a la literatura y una patada en el culo a todos esos supuestos escritores que no valen el pedo de una vieja. Yo estoy con ellos: con Dan Fante, José Ángel Barrueco, Ubaldo Olivero, F.S. y con todos los artistas de verdad que hay en esta vida, gente viva en un mundo agonizante, tipos que luchan por sobrevivir en una sociedad demasiado podrida. Al toro, chicos: lo vamos a joder bien jodido. Y tomad una copa de Pampero de vez en cuando. Sienta bien.