viernes, 15 de marzo de 2013

ALEHOP, de JOSÉ ANTONIO FORTUNY


No debería estar reseñando este libro, soy consciente de ello. Una de las reglas principales de este blog es recomendar únicamente aquellas obras redondas cuya calidad literaria supere de largo a la de la mayoría de los títulos que invaden cada día las librerías del mundo. Y, por supuesto, no es el caso de Alehop, verdadero boom editorial de los últimos meses y por el que felicito a su autor, José Antonio Fortuny, compañero en la agencia literaria Página Tres, ya que a todos nos gustaría que nuestro libro pegara un bombazo y se reseñara por todas partes. Desde hace años, José sufre una enfermedad neuromuscular que ha ido progresivamente paralizando su cuerpo, pero que no lo ha privado de su capacidad para comunicarnos su propia visión de la existencia. El hecho de que alguien con estos problemas consiga encontrar la fuerza y la motivación para ponerse a escribir es algo que se me antoja como un reto pantagruélico, una entelequia solo al alcance de unos pocos elegidos. Y lo que nos demuestra José es que la escritura es esperanza, es savia que nos mantiene vivos día tras días, es nuestra panacea para salir a la calle y poder soportar ese infierno llamado "existencia". No solo le deseo a José que siga escribiendo, sino que espero que la literatura lo haga volar más allá de los confines de la imaginación, allí donde ninguna silla de ruedas te podrá jamás anclar a la tierra. Dicho esto, creo que para hacer una crítica constructiva de un libro y dilucidar las cosas con objetividad siempre es menester separar al artista de la persona, al producto de quien lo ha escrito, y analizarlos por separado. La novela en cuestión, que Rosa Montero enaltece como "una farsa negrísima, angustiosamente divertida, ingeniosa, inteligente y muy actual", en realidad tiene algunos fallos importantes. Pese a que el autor demuestra un control de la lengua y unos conocimientos léxicos envidiables, la estructura flojea un poco y la historia a menudo parece traída por los pelos. En ella, se cuentan las vicisitudes de una pareja de ancianos que viven una serie de peripecias grotescas cuando su único objetivo es tener derecho a la ley de dependencia. Hay un poco de todo: la llegada de un circo al pueblo, recortes, un reality llamado Bigyayos sobre los ancianos, policía, malentendidos, locura, espiritismo, avaricia, falta de solidaridad, locos sueltos, falta de comunicación... La idea de la historia, concebida para reflejar un mundo a la deriva, no está mal, pero nos encontramos con una problema importante de ritmo, muy lento en la primera parte y algo precipitado al final. Además, se supone que este libro está pensado para hacer reír (recordemos la frase de Rosa Montero), y la verdad es que solo consiguió sacarme un par de sonrisas. No hay nada más difícil en literatura que hacer reír y reflexionar al mismo tiempo, y para ello hay que hacer alarde de toda la naturalidad posible o estamos fritos (las escenas del superjefe que se la chupa al director del reality o la del perro que se folla luego al mismo director desentonan y chirrían; no por su vulgaridad, sino porque no pintan nada ni aportan nada a la narración ni le dan fuerza). A veces incluso estamos fritos siendo naturales, o sea que imaginaos. Sin embargo, la novela tiene momentos interesantes y reflexiones que delatan a un buen escritor, de ahí que haga esta reseña. Fijaos en esto:

Si el mundo ya le parecía al anciano cada vez más caótico, más complicado de deglutir era esta juventud de tejanos ceñidos, que copulaban como conejos y se tatuaban rosas envueltas en alambres de espinos en la piel (pág.: 35).

Una de las reglas cardinales de un buen espectáculo es: nunca lo interrumpas abruptamente, en pleno funcionamiento, porque sería como si le quitaras el plato a un perro que está comiendo, o que un cantante se parase en medio de un estribillo que está siendo coreado. Cuando la rueda está girando, es muy peligroso meter la mano (pág.: 345). 

Espero ansioso la próxima novela de José, convencido de que se puede superar y dar el salto a la palestra de los grandes narradores. A él van todos mis mejores deseos y la esperanza de que siga escribiendo.