miércoles, 15 de junio de 2011

EL DEMONIO, DE HUBERT SELBY JR.


Leer a Selby significa algo más que leer un simple libro. Significa adentrarse en la mente endemoniada de los protagonistas de sus novelas y saborear hasta el fondo la angustia y la locura que mana de una escritura única y originalísima. Quizá no sea este su mejor libro, lo reconozco, pero sigue siendo superior por fuerza narrativa y calidad literaria a la mayoría de obras contemporáneas. Para un lector que no esté familiarizado con la escritura delirante del autor puede que la historia a veces resulte plúmbea y amazacotada, pero el análisis del ser humano que se lleva a cabo es absolutamente magistral. La historia, como ocurre con otras obras de Selby, es muy sencilla: tenemos a un tal Harry White (imposible escoger un nombre y un apellido más comunes), un hombre lleno de vitalidad y con una brillante carrera de ejecutivo por delante. El tipo vive con los padres y trabaja en el centro de Nueva York y se lo pasa pipa acostándose con mujeres casadas siempre que le dé la gana. Vive por encima del matrimonio y los hijos y la familia y todos esos valores prefabricados que en la mayoría de los casos acaban pesando como lastres en la vida de la gente. Cadenas que te joden la vida. En definitiva: nuestro Harry vive de putísima madre. Pero en su cabeza hay algo que lo inquieta, una ansiedad creciente, un afán por ir más allá, lo que los románticos alemanes denominaban "streben", una insatisfacción que lo devora por dentro. Entonces empieza la caída libre: acaba casándose para poder dar una buena imagen social y así ir ascendiendo dentro de la empresa, tiene dos hijos y se compra una casa a las afueras. Todo mierdavillosamente guapo, pero pronto empieza a salir con otras mujeres y el demonio quiere más y entonces las aventuras amorosas se trasladan a los arrabales de la gran urbe y luego el demonio vuelve a la carga.. Más aventura y emoción para darle un sentido a la existencia. Una vez más... una vez más... y Harry empieza a cometer pequeños hurtos en la oficina y una vez más... una vez más... y luego necesita matar a alguien para sentirse bien... una vez más... una vez más... en una lucha a muerte con el demonio que alberga su mente:

Pero era en vano: lo sabía con certeza, sabía que tendría que volver a hacerlo, y sintió el brote de una infección en la boca del estómago y supo que tan solo era cuestión de tiempo (de poco tiempo) hasta que el demonio lo volviera a devorar y él tuviera que encontrar algún modo de aliviarse de aquella enloquecedora tensión y de aquella corrosiva ansiedad (pág. 275). 


O pasajes finales que enlazan con el principio y sentencian la bajada definitiva del protagonista al infierno, como:

Y le pareció imposible que hiciera diez años de aquello, pero así era, y pensara lo que pensara sobre el tiempo o adoptara el punto de vista que adoptara, seguían siendo diez años, y ahora, pasada una década, algo iba mal y era inútil pensar en cuánto más podría soportarlo, se tratara de lo que se tratara, y miró la grisácea espesura y la sintió penetrar a borbotones en su cuerpo y fuese lo que fuese que hubiera o no hubiera ocurrido él seguía a este lado de la alambrada y no había manera de volver a estar al otro lado... ¡jamás! (pág 292).

La mayoría tenemos un demonio dentro, estoy seguro de ello. Lo que pasa es que algunos sabemos controlarlo mejor que otros. Es un bicho sin rostro, una voz que nos habla en el cerebro y nos confunde los sentidos. Recordad: controlar al demonio que tenemos dentro es la batalla más importante que podemos librar en vida. Amén.