Este pasado miércoles 23 de abril aquí en Cataluña se celebró el día de Sant Jordi, una fiesta muy especial dedicada al libro y a las rosas. Estoy seguro de que los de la editorial Libros del zorro rojo tuvieron su parada en el centro y expusieron, entre sus títulos, este maravilloso relato de Joseph Roth, mejor escritor que Philip y desde luego uno de los más grandes narradores del siglo XX. Si os soy sincero, me gustaría saber cuántos ejemplares se vendieron a lo largo de todo el día. ¿Treinta, cuarenta? No sé, a lo mejor estoy apuntando demasiado alto, o a lo mejor me desmiente la editorial y me dice que han vendido mil, nunca se sabe. Los milagros existen, y no hay libro mejor que este para demostrarlo. La historia nos habla de un sin techo llamado Andreas que malvive en la orilla del Sena con otros vagabundos harapientos. Cierto día, un señor distinguido se topa con él y le da doscientos francos para que pueda rehacer su vida, pero con la condición de que los devuelva, en cuanto pueda, a la estatuilla de Santa Teresa, en la capilla de la iglesia de Sainte Marie des Batignolles, entregándoselos en mano al sacerdote tras la misa del domingo. El milagro se ha consumado y la vida parece sonreírle de repente, pero no es tan fácil desprenderse de los malos hábitos y Andreas se acaba gastando el dinero en bebida y en acompañantes, de modo que le resulta imposible devolverlo. Pese a todo, los milagros vuelven a producirse y se encuentra con un billete de mil francos. Es rico otra vez pero, tampoco en esta ocasión, por razones diversas, consigue cancelar su deuda con Santa Teresa. Ni siquiera con el tercer milagro alcanza su objetivo, y así se cumple la leyenda del santo bebedor, cerrada con un clímax final majestuoso. La prosa, extraordinaria por su fluidez, es acompañada de unos dibujos excelentes, así que mi más sincera enhorabuena a Pablo Auladell, de los mejores ilustradores que he visto. Algunos párrafos de muestra:
Y al mismo tiempo supo por qué durante todos aquellos años había tenido tanto miedo a los espejos. No era bueno contemplar con sus propios ojos la depravación de uno mismo; mientras uno no se vea obligado a contemplar su propio rostro, es como si simplemente no tuviera rostro, o como si este fuera el antiguo, aquel anterior a la caída (pág. 14).
Sí, la naturaleza del hombre le lleva a enfadarse cuando no obtiene de forma continuada lo que parece haberle prometido un azar casual o pasajero. Así son las personas (pág. 34).
Tú lo has dicho, Joseph, así son las personas. Abarrotamos las calles de Barcelona en Sant Jordi para llevarnos a casa el nuevo libro de Belén Esteban, o todas esas mierdas sobre el tío que saltó por la ventana o el atontado que se quedó atrapado en el armario de su puta madre. O tomaduras de pelo del tipo ven y déjalo todo, verdaderos insultos a la inteligencia humana y al sentido común. ¿Por qué la gente sale a comprar esa bazofia y se deja engatusar por la publicidad salvaje y manipulada de los medios? Tal vez la culpa sea de la caja tonta y de los carruseles deportivos que nos lisian el cerebro a diario, pero nadie tiene la respuesta definitiva, igual que no podemos saber por qué razón Andreas no conseguía devolver el dinero pese a todas las ayudas que le brindaba la vida. El hombre es el único animal que tropieza siempre con la misma piedra, y nunca ha habido tantas como ahora en nuestro camino. Disfrutad de esta sensacional obra maestra y acompañad la lectura con un buen vaso de vino. Id en paz. Amén.
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