domingo, 16 de mayo de 2010

FUCK AMÉRICA, Edgar Hilsenrath




Obra maestra. Soberbia, deliciosa y altamente corrosiva. Di con este libro por casualidad mientras observaba las últimas novedades en una librería del centro de Barcelona. El diseño de cubierta me resultó atractivo, así que cogí el libro y leí la primera página (ésa es mi treta habitual para saber, después de cinco o seis líneas, si me están vendiendo literatura o la mierda de marras). Me quedé boquiabierto y seguí leyendo hasta la segunda página. Frases rápidas y diálogos cortantes. Hojeé el libro, leí algunos párrafos al azar y luego me dirigí a la caja con la excitación típica de quien acaba de encontrar una cartera rebosante de billetes de cien euros en medio de cubos de basura apestosa. Un milagro. Llegué e casa y en menos de dos días devoré la historia de Jakob Bronsky, emigrante judío que en 1952 llega a América tras huir milagrosamente del gueto de Czernowitz. Al igual que el incansable Arturo Bandini del mítico John Fante, el protagonista es un aprendiz de escritor que se ve empujado a matricularse en la universidad de la vida y a cursar una asignatura obligatoria de primer ciclo: el sueño americano y sus peros. En la página 56 leemos:

Los emigrantes suelen sentarse en las primeras mesas, apretujados junto al amplio ventanal de la cafetería decorado con bizcochos de plástico de diferentes colores. Se sientan allí todas las tardes, contemplan Broadway Avenue, iluminada, y la esquina oeste de la calle 86, se cachondean de las putas, se cagan en América y en el sueño americano, se quejan de los coches grandes, la comida insípida, el mal café, los trabajos absurdos, maldicen a las avariciosas mujeres americanas que no se pueden permitir, hacen planes, planes para volver a Europa, hablan del pasado, pero jamás de la guerra, hablan de los viejos tiempos, de los cafés “donde había revistas a disposición del cliente y el café se servía con nata montada”, hablan de chicas que tuvieron en sus brazos “por una bagatela… no como aquí”, hablan de las enormes casa que tenían entonces, de sus criados, sus negocios. Todo iba bien: la comida era buena, las flores frescas, el cielo tenía un azul distinto y las calles estaban limpias. Sin negros. Sin portorriqueños.

Por este suburbio se mueve Jakob Bronsky, el gran artista al que el mundo aún no ha descubierto, y es aquí donde crece y se forja con la firme decisión de escribir una gran novela titulada EL PAJILLERO, a la vez que lucha por rescatar del olvido los horrores vividos durante el Holocausto y encontrar su lugar en el mundo.
Un cruce perfecto entre John Fante, Bukowsky y el Cormac Mccarthy de La carretera (por lo de los diálogos). Lectura imprescindible.

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